4. Crónicas de La Candelaria.
Al final de tantos esfuerzos, a mediados de noviembre de este 1965 y si nada extraordinario lo impide, el Teatro Estudio de la Universidad Nacional estrenará en el Teatro Colón de la capital de la República la obra intitulada “La vida de Galileo Galilei” del escritor alemán Bertold Brecht. Algo antes no visto en el país, con música y arreglos orquestales para la ocasión. Decoración, luces, vestuario y efectos al estilo europeo, todo por lo alto y en escena lo más granado del arte nacional e internacional pues también hay, una que otra, intervención extranjera.
El rector parecía sincero cuando dijo que lamentaba, profesor, hacerle perder tiempo de esta manera, a usted con lo ocupado que debe andar estos días y ponerlo en estas menudencias. Pero era falso. Una ironía más de aquel médico que dejó el ministerio de salud para dirigir la principal universidad del país a solicitud, decía, de su copartidario y amigo, ahora presidente en gracia al pacto oligárquico del Frente Nacional.
Agenda inflexible
El asunto, no sabría como decirlo dijo el rector, es que llegó el runrún de que en la embajada andan molestos por algo relacionado con la producción de su teatro aquí, en la sede bogotana del alma mater. La gente ya está hablando y, según parece, hasta el ministro de educación está enterado lo cual no deja de ser preocupante pues, aunque se precie de amigo, también es liberal, hombre de letras y galardonado dramaturgo. En estos casos lo mejor es evitar que los rumores lleguen a la calle.
Santiago García escuchaba meciendo la cabeza. Los párpados arqueados sobre la mirada curiosa y un mohín en la boca entre deferente y burlesco mostraban lo divertido de la agitación causada por un asunto que había alterado la agenda inflexible de aquel galeno empeñado, decía, en poner a la Universidad Nacional a la altura de esas que producen inventos y premios nobel a manotadas.
Con la inflexión neutra de una taza que se deja sobre la mesita pulida Santiago preguntó ¿cuál embajada y -con rin tintín de cucharita de plata sobre porcelana-, por qué está molesta? Al parecer…unas frases sobre la obra que usted dirige, molestaron a los gringos y ponen en riesgo el estreno mismo del proyecto. El rector se refería a la reproducción de un texto de Oppenheimer (el físico norteamericano que repudió el uso de la bomba atómica contra Nagasaki y Hiroshima), en el programa de presentación de “la vida Galileo Galilei”.
Lo más granado del arte
Antes de encarar el proyecto del Galilei, el Teatro Estudio ya había presentado algunos ejercicios vanguardistas con sabor local. Recibieron el favor del público y, en parte, de la prensa obras como “Del cielo bajó San Juan” y “La condena de Lúculo” de Brecht, con la actuación de Enrique Pontón, quien luego destacó como estrella del doblaje al español. Una graciosa comedia en tres actos, “El abanico” de Carlo Goldoni, causó delirio entre el público asistente en abril de 1964 al exclusivo club de Los Lagartos.
Con esos acumulados, los integrantes y amigos del grupo decidieron tocar puertas en busca de apoyo para emprender el montaje del Galilei. Las fragmentadas instituciones colombianas, en vez de recomponerse con el pacto oligárquico denominado “Frente Nacional”, amenazaban ruina a cada momento. Algún sobrante de la repartija entre liberales y conservadores a veces caía para financiar un proyecto alternativo. El grueso se lo llevaban locutores, poetas y escritores adeptos al régimen.
La embajada considera
Entonces la Universidad Nacional vivía un momento de intensas confrontaciones intelectuales. El rector, conservador nacido en Venezuela y graduado de Yale en lo más candente del reinado macartista, se dedicó a implantar un modelo educativo diseñado, financiado y asesorado por el gobierno de los Estados Unidos, mismo que también dictaba y financiaba las políticas agrarias, de orden público y seguridad nacional.
Atendiendo los consejos de –entre otros- una sugestiva beatnik argentina recientemente designada asesora cultural, el rector aprobó respaldar el montaje del Galileo Galilei, sin objeciones. Nada mejor que sumarle cultura a la modernización, para que vieran cómo se afianzan los principios de la civilización occidental y cristiana. Presupuesto suficiente para convertir al estreno en el evento social del año y, para que todos tuvieran su recuerdo, 12 mil ejemplares del programa de mano con el texto de Oppenheimer en las páginas centrales.
Lástima si no se llega a dar al menos una función del Galilei. Tanto tiempo de estudio, trabajo y fervor creativo, tanta discusión, tanto ensayo, tanta pasión metida. Pero sería inútil. El rector jamás aceptará, pues los gringos nunca permitirán que nadie -y menos Oppenheimer al que el gobierno nunca restituyó su credencial de seguridad-, insinué ninguna similitud entre ellos y los nazis cuando éstos obligaron al exilio de una física judía del equipo que descubrió la fisión nuclear en 1939.
Más aún: la embajada considera que esa afrenta (financiada con plata prestada por los mismos gringos para modernizar la universidad, mejor dicho, plata de su propio bolsillo), también lo es al gobierno de ese haragán payanés que cree manejar el país a punta de chistes flojos y órdenes asesinas: ese no perdona la más mínima alusión irrespetuosa contra Estados Unidos, Franco, la cacería de patos o los Estados Unidos, en ese orden.
Descarado pregón
La solución, propuesta por Santiago, para resolver el asunto consistió en poner a las tropas acantonadas en la sala de ensayos por orden del rector, a despegar las páginas centrales del programa de mano y santo remedio. Reanudaron la entrega de sobres a la selecta lista de invitados, el cuerpo diplomático, los altos jerarcas civiles, militares, eclesiásticos y deportivos, la prensa y la acuciosa intelectualidad oficial encabezada por el ministro del ramo, educativo, objeto de desprecio del rector al considerar poco práctico resulta un conocimiento, a menos que se pueda convertir en plata contante y sonante.
No se sabe a ciencia cierta cuántos ejemplares se salvaron de que sus páginas centrales fuesen extraídas a puñetazos, casi, propinados por los soldados que ocuparon la sede teatral. El caso es que esa noche, a la entrada luminosa del Teatro Colón frente, nada menos, que a la residencia presidencial; a un lado de la ventana por dónde saltó Simón Bolívar para escapar del atentado que le hicieran las huestes de Santander en la nefanda noche septembrina; allí un grupo de jóvenes pregona descaradamente el programa de mano completos, sin censura.
Los muchachos entregan gratis el folleto a los invitados a la ceremonia inaugural que se quieran enterar del arrepentimiento de Oppeheimer por el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki, Después de disfrutar de la producción del Teatro Estudio, ya tendrán más elementos para establecer por si mismos qué tiene que ver el físico estadounidense, con los avatares que debió superar Galileo Galilei en las cortes de Florencia, Roma y Venecia.
Que se diviertan
No se puede señalar, en rigor, quién querría censurar a Oppenheimer por declararse contrario al uso de los avances científicos en armamentismo. Tras ese pronunciamiento se desató contra él una terrible persecución por parte del gobierno de su país, al que había servido con devoción y lealtad.
Podría suponerse que la orden de censura provino de funcionarios norteamericanos que, por algún medio, tuvieron acceso a un ejemplar del programa de mano semanas antes del estreno. Se trataría, a lo mejor, de alguien interesado en saber cómo quiénes y porqué habían tenido la ocurrencia de montar una obra de teatro de semejantes magnitudes, escrita por Bertold Bercht y dónde se narran las marrullas que tuvo que hacer muchas veces en su vida Galileo Galilei para poder seguir vivo, estudiando los astros y salvar de la censura su obra científica.
Para Santiago, el Teatro Estudio fue un episodio que enriqueció su aprendizaje teatral. Puso a su alcance recursos teatrales que quizás después no volvería a tener. Condensó experiencias y experimentos sobre la forma eficaz y bella de convertir las palabras en imágenes, representarlas por gente corriente investida, provisionalmente, del derecho a vivir otras vidas y a ponerse otros nombres. Cómo contar historias que diviertan y enseñen. Pero, sobre todo, reitera Santiago, que diviertan.