09. Crónicas de La Candelaria

La única constancia auténtica del teatro se registra cuando quienes están de éste lado, los espectadores, observan lo que pasa al otro lado. Obviamente, hay estilos y maneras de lograr que ocurra ese momento, único e irrepetible, que es la función teatral en sí.

Y “eso” ¿Qué es?

Lo demás son sólo vestigios de que “eso” pasó o va a pasar. Pero finalmente ¿qué es “eso”? Pues, sin más rodeos, “eso” es el teatro.

No sólo la escenificación de unos hechos sino el hecho cierto de que “eso” transcurre ante, con y para un público, de modo que constituyen los tres (los que escenifican, el público y el hecho-objeto de la escenificación) una unidad única e inseparable: cuando algunos falta… el teatro no tiene lugar.

Entre los indicios, tangibles, de que una obra de teatro ocurrió (o va a ocurrir), hay toda clase de textos e imágenes que refieren la esencia del teatro: no en vano el poder, como sostiene Georges Balandier, para ejercer su dominio tiene que, necesariamente, escenificarse.

De hecho, su existencia es anterior, inclusive, a la de los presocráticos. No falta quienes afirmen que el acto de creación pudo ser mejor un acto de prestidigitación cósmica: la materia resolvió disponerse de tal forma que, sin imaginarlo, parió al mundo. En fin.

Entran y salen

En el teatro se congregan todas las artes: desde la primigenia arquitectura, hasta las tecno-visuales. Pero, a diferencia de toda otra forma de representación, el teatro es un manjar metafísico (dura, por lo general, lo que dura una buena comida) que se paladea entre los parpadeos del telón.

Construcciones inmensas se han levantado para representar ante las multitudes (muchas veces para exaltarlas), pasiones y muertes y resurrecciones. La Plaza de San Pedro, por ejemplo.

Por las escalinatas de los palacios suben y bajan los actores. Entran y salen de los balcones. El público observa detenidamente esa representación del poder. Los mira y los admira.

Lucen los vestuarios que corresponden a la ocasión y a las características del personaje que simbolizan. Recitan fórmulas prescritas que, muchas veces, el público conoce de memoria.

Los espectadores continúan alelados. Podría decirse que disfrutan la puesta en escena.

Supeditarse no tanto

La gracia del teatro, dicen algunos, está en que los espectadores finalmente se diviertan, pasen el rato y lo disfruten en el caso, aún, de que sufran y hasta lloren un rato. Igual a como pasa en algunas películas. No en vano el cine es descendiente directo del teatro.

Justamente, para congraciarse con los espectadores, sostienen otros, el teatro debe supeditarse a los hechos. Para dar cuenta de la realidad se le permite inclusive recurrir a la fantasía: se le admite, también, aquella parte constituida por la literatura, la música y la pintura donde, además se nutre no poco.

Respecto a esto del tema o asunto a referir, el teatro tradicional es pragmático cuando escoge lo que quiere llevar a escena: alguien (por lo general quien hace las veces de productor o director), escribe o toma un texto de un autor o encarga a alguien de hacerlo con la finalidad de presentarlo al público.

Escogencia de tema

En su caso, La Candelaria escoge los temas como resultado del análisis colectivo –y concreto- de circunstancias concretas. En el caso de “Nosotros los comunes” la circunstancia concreta fue la necesidad de destacar un episodio histórico, la revolución comunera, vivo en la memoria popular aunque despreciado por las elites gobernantes.

Con “La ciudad dorada”, La Candelaria se propuso inicialmente narrar la migración de campesinos a la ciudad, pero luego se amplió para incluir el tránsito desde las parcelas hasta los municipios rurales, según la versión de los propios campesinos de Saravena y tal como quedó dicho en la entrega anterior de éstas crónicas.

Guadalupe años sin cuenta”, la tercera creación colectiva de La Candelaria, también nació de ese estrecho contacto con los campesinos habitantes de las extensas llanuras entre Venezuela y Colombia de los que Guadalupe fue insignia de dignidad, amor por la libertad y por su pueblo.

Enfrascado en teoría

La etapa que sigue a la escogencia del tema es ocasión para que los integrantes del grupo investiguen exhaustivamente en documentos y archivos. Entrevistan, viajan y recaudan información sobre minucias que, de alguna manera, conciernen al tema.

Cuando aún no hay, siquiera, un esbozo de lo que será un episodio dentro de la obra que se está construyendo; no es raro toparse con una actriz que canturrea un réquiem negro mientras se sirve el almuerzo en la mesa común, o con Santiago García enfrascado en la teoría de la fractalidad.

Método o técnica, lo cierto es que la creación colectiva, tal como la desarrolla el Teatro La Candelaria marca un estilo único, una manera de hacer teatro que resulta ser una mezcla de temperamentos, intuiciones y recorridos.

Una especie de taller medieval sin escalones jerárquicos – pero con la manifiesta autoridad del maestro Santiago García-, que ha producido piezas inscritas con justa razón, en la historia fecunda del teatro durante estos últimos cincuenta años.