¡Qué día tan intenso este de la firma del tratado de paz de La Habana!

Los abrazos, la gente y su felicidad en la Plaza de Bolívar. Casi todos los presentes y las presentas y hasta los presentadores y las ídem, lloramos y lloramas un poco por lo que tanto fue…

Feministas, muchachas y muchachos de todas las edades y todos los géneros, condiciones étnicas, estéticas, ecológicas, amén de religiosas. Y muchos correligionarios.

Los de siempre y de la casa:

Cada cual con sus banderas -glamorosas a pesar de una que otra mancha- y, como a paso de vencedores, engarzadas entre el corazón y la bufanda.

Y otra vez la Plaza radiante

Con más periodistas internacionales que locales, quizás por ese inexplicable vaivén de los medios.

La sonrisa del Libertador, una pizca menos escéptica de lo habitual aunque, como siempre, indiferente a los globos de colores y a las bombas, sobre todo a las blancas. Y las palomas.

Y los vendedores. Más algunos empleados del congreso que no pudieron lagartiarse una invitación a Cartagena y otros empleados fastidiados por otra ilusoria manifestación ciudadana antes de coger TransMilenio, para llegar a casa temprano, por lo menos.

Lo mejor de cada casa

Veteranos militantes, reputados -y reputadas- activistas desde los tiempos de la Casa de la Cultura. También acusados -y acusadas- por tenencia de fusiles de madera en la tras-escena, de soñar con espadas que fueron de Bolívar debajo de la almohada, o de perseguir utopías, delirios, socialismos.

Maestros -y maestras- de música y orquesta. Saxofonistas ambidextros. Candelarios perennes, trashumantes, picapleitos y vecinas pero, extrañamente, no mimos de esos que alguna vez proclamaban identificar a la ciudad. Ni zanqueros.

Pasa, eso sí, Juan Carlos Moyano sin Pessoa en el bolsillo y con una turbada muchacha a su siniestra. 

No pasan, pero están aquí, entrañables como esa mujer que, con el teatro como telón de fondo, teje imágenes y labra la paz: Patricia Ariza.

Igual, en la memoria conmovida de tantas y tantos, Juan Manuel Roca, nos confiesa:

«Hago la lista negra de mis dudas en medio de un país diezmado y no sé si las cartas que no llegan son violadas como el sueño o las mujeres…

(Al amanecer arrecia la lluvia y acaso la tormenta acalle disparos lejanos…)

No sé, exactamente, si algún hombre en mi país es buscado en la ciudad con la oculta lámpara de algún ladrón de sueños…

(Alguien al borde de un abismo acaso inicie el retrato hablado de un ángel…)

Y cuando llega la noche o entro al sueño como a un tren que me saca de un país oscuro, pienso si algún oculto guardián decidiera aplicarme la ley de fuga de los sueños…»