Los carteles del Balkan Fest que por estos días se realiza en Plaza Condesa de Ciudad de México anuncian, entre otras atracciones al lado de Emir Kusturica, y su The No Smoking Orchestra, a una banda que suena desde Bogotá –Burning Caravan– con una poética propia y directa, que le atina a la vida en estos y otros tiempos.

Burning Caravan comparte escenario con destacados exponentes de una tendencia tan heterogénea, andariega y dispersa como la gitana, tambien llamada gypsy. Se trata de una partida instalada en esas carpas improvisadas a la salida del pueblo, que pueblan la noche de cosas imposibles, cantos profanos, recuerdos inenarrables, rastros de sándalo en la humareda.

Partida de vagabundos

Hacia marzo llegan los gitanos a Macondo. Con Melquíades a la cabeza, una tropa de vagabundos venidos de todos los extremos del mundo, cargada con aparatos extraños, relatos lejanos y músicas quizás aptas para retrasar la travesía que debía regresarlos a Ítaca a través de cordilleras, puertos y desiertos.

Con todo lo que llevan esas rutas que atraviesan la historia de la humanidad, viene esta banda disparatada de “mala reputación”, compuesta por hablantes de jergas raras, excéntricos de apetito curioso y una bella acordeonera. Llegan precedidos de “grande alboroto de pitos y timbales”. Traen, además, un texto impreso en pergaminos desvencijados que…

 “… Aureliano leyó en voz alta, sin saltos, las encíclicas cantadas que el propio Melquíades le hizo escuchar a Arcadio, y que eran en realidad las predicciones de su ejecución, y encontró anunciado el nacimiento de la mujer más bella del mundo que estaba subiendo al cielo en cuerpo y alma, y conoció el origen de dos gemelos póstumos que renunciaban a descifrar los pergaminos, no solo por incapacidad e inconstancia, sino porque sus tentativas eran prematuras.”

Parientes directos de trovadores estudiantiles, los célebres goliardos, comparten camino, cama y charla con enanos, saltimbanquis, pícaras y tragasables: ellos constituyen el nervio de la vida vagabunda.

Nunca pierden un pulso sobre la cubierta barrida por los huracanes, ni en la mesa tabernaria, ni en rondas de vino con la fortuna que baja y crece, como la luna y las olas.

Por donde van, las crónicas sátiras de esos exóticos maestros en diversas artes mal mirados por todos (menos por los ciegos, como es natural), trastocan jarchas, coplas y envois, hacen brincar los bailes y la moral local, con descaradas invitaciones:

 

A celebrar para brindar el tiempo de poder vivir

En libertad jugando la suerte en la mesa…

Los sátiros corren en manada

Por las praderas fecundas

El amanecer llama a retirada, a retirada.