El Día Internacional de la Mujer, se rinde homenaje a más de 140 mujeres que murieron el 25 de marzo de 1911, calcinadas en la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist de Nueva York, donde trabajaban.

Una semana antes, el 19 de marzo de 1911, por iniciativa de mujeres comunistas y socialistas, se habían realizado concurridos mítines en varias ciudades europeas. Así empezó la lucha de las trabajadoras, el derecho al voto femenino, al trabajo, a recibir formación profesional y contra todo tipo de discriminación hacia las mujeres.

Calumnias con saña

Tragedias como esa -que caracterizan la historia de las contradicciones sociales- siguen ocurriendo hoy. Entre los adeptos al capitalismo rapaz, descuella una vieja noción según la cuál, son los trabajadores (y sus organizaciones) los culpables del desbarajuste del sistema y, entre más pronto se prescinda de ellos, tanto mejor.

Esa calumnia la difunden, con saña fascista, quienes piensan que basta repetir una mentira para hacerla verdad. Parecen no saber –y no les importa- que la realidad, la economía, la historia y la sociología demuestren esa falsedad y sus consecuencias.

Veinte años, o más, lleva repitiendo esa calumnia garrafal un tipo como Enrique Peñalosa, para explicar su absurdo interés en privatizar la ETB.

Médula clientelista

Los trabajadores de esa empresa son acusados de ganar mucho. Pero sus detractores se cuidan de hacer públicos los sueldos de los altos ejecutivos y mantienen oculto (inclusive para los accionistas), un fondo privado de gastos a disposición del presidente de la empresa y el de su junta directiva, el propio alcalde.

Señalan de clientelistas a los trabajadores. Pero ocultan la influencia directa de los poderes políticos que han saturado la ETB de recomendados de toda laya, burócratas cuya única virtud es contar con el padrinazgo de concejales, parlamentarios o contratistas.

Hace muchos años que la parte gorda de la nómina de ETB se la lleva gente vinculada con criterio politiquero: amigos y recomendados del alcalde de turno, familiares de concejales, jueces, funcionarios de las agencias de control, enviados de los contratistas.

En la anterior administración de Peñalosa, ciertos concejales de Bogotá recibieron contratos para, a través de amigos suyos, adelantar obras en diferentes zonas de la ciudad. A cambio, debían respaldar las políticas del alcalde con una médula radicalmente clientelista.

Desde el despacho del entonces secretario general de ETB (y actual presidente de Telefónica Colombia, cargo al que llegó como premio por su participación en la entrega de Telecom a esa empresa española), se propiciaron dichas negociaciones.

Corrupción de dirigentes

Como es natural, los trabajadores defienden sus derechos. Se oponen, con razones de peso, a la tercerización, al desmonte de los colegios y del club vacacional que, por lo demás, sirve de sede (cómoda y barata) a cursos de la misma empresa.

En las últimas dos décadas, las sucesivas administraciones de ETB han corrompido algunos líderes sindicales. Pasó en la anterior alcaldía de Peñalosa.

Pasó bajo las presidencias de Sergio Regueros, Paulo Orozco, Rafael Orduz y Saúl Kathan: ellos otorgaron primas excesivas, pensiones abultadas, prebendas y favores injustos a dirigentes de los trabajadores para voltearlos de bando.

La campaña contra los trabajadores y sus organizaciones en la ETB incluye comentarios que, con lenguaje propio de propaganda negra- se habla de “costosos privilegios de trabajadores y sindicalistas”, se califica a los obreros de “rémoras parasitarias” y se clama por una “limpieza”, en ese “fortín de puestos del politiquero de turno”.

Los privilegiados de la ciudad (quienes, ellos sí, se han nutrido jugosamente de la ETB con puestos, presupuestos y silla en la mesa de decisiones), y Peñalosa (en particular él), no tienen ninguna razón que justifique la privatización de la ETB.

Si creen que la repetición calumniosa contra los trabajadores los justifica, recuerden la parábola maravillosa de esas jóvenes muertas en sus puestos de trabajo por culpa de la voracidad, el egoísmo y la insensatez de un pésimo gerente.