El viento, en las afueras de Villa de Leyva, esparce una nube de polvo blanquecino sobre la acequia cercana. De manos del albañil que corta una lámina de asbesto, el ruido eléctrico rompe la mañana. Indiferente a las consecuencias de su tarea, sin ninguna protección, el obrero inhala las partículas que habrán de instalarse en sus pulmones. Un capataz observa a pocos metros, indiferente, la tarea.

Lana de salamandra, amianto y eternit

El asbesto es un compuesto de sílice, magnesio, hierro y calcio. También conocido como amianto, maleable como el algodón e incombustible como la piedra. Homero y Hesíodo -ignorantes de los efectos mortíferos de la llamada “lana de salamandra”-, cantaron sus bondades.

Sin embargo, ya a comienzos del siglo I, Estrabón señaló su uso como causa de enfermedades pulmonares. Años más tarde, Plinio el Viejo diagnosticó el mismo mal tanto en los esclavos que lo manipulaban, como en los señores que lucían armaduras de amianto en las batallas y se cubrían con mantas del mismo material, para evitar morir quemados si se incendiaba el palacio.

Infinidad de edificaciones, tanques y acueductos de agua potable fueron construidos en uralita (otro nombre del asbesto). En el medioevo de la vieja Europa -igual que en antiguas civilizaciones como India, China y Rusia-, el material fue profusamente usado.

En plena efervescencia de la revolución industrial, en 1900, el ingeniero austríaco Ludwig Hatschek inventó una mezcla de cemento y asbesto a la que llamó “eternit”, que rápidamente se propagó por todo el mundo.

Seis años después, se registraron descenas de muertos por asbestosis y fibrosis pulmonar entre jóvenes tejedoras inglesas de una fábrica en Londres  cuya materia prima era asbesto.

Cubiertas mortíferas

Para 1930 en Colombia se habían importado alrededor de 80 toneladas de “eternit”, que reemplazaron las tejas de barro y los techos de paja del pasado. En Sibaté, a 27 kilómetros de Bogotá, se abrió la primera fábrica de “eternit” del país, en 1942.

Tres años después “eternit” abrió sus factorías de Barranquilla y Yumbo. En 1948, dio inicio a la producción de tuberías de asbesto para acueductos en la planta de Bogotá. En 1953 abrió operaciones una empresa dedicada a fabricar pastillas de asbesto para los frenos de vehículos automotores.

Es la época en que arrecia la violencia entre los partidos conservador y liberal que causó 300 mil muertos y el desplazamiento de una quinta parte de la población, dos millones de personas, hacia los principales centros urbanos.

Tener un techo en los suburbios citadinos -por más precario que fuera-, se convirtió en urgente necesidad para esa enorme masa de población desarraigada. Las tejas de asbesto terminaron cubriendo barrios enteros, bodegas factorías, escuelas, centros de salud y muchos otros edificios públicos. En la mayor parte del territorio nacional, los acueductos fueron construidos con tubería de asbesto.

Tejas nacionales

El US Geological Service (USGC) calcula que en territorio colombiano hay dos millones de viviendas cubiertas por 300 millones de metros cuadrados de tejas de asbesto y 50 mil kilómetros de acueductos con tubería fabricada en ese material.

En la década de 1980, el consumo de asbesto en el país, alcanzó un promedio de 35 mil toneladas anuales, de las cuáles 10 mil eran importadas. La producción nacional alcanzó las 200 mil toneladas en el cuatrienio entre 2005 y 2008.

La única mina de asbesto del país funciona actualmente a 160 kilómetros de Medellín, en Campamento, Antioquia. Produce 18 mil toneladas anuales de crisotilo que se destinan, en su mayor parte, a la producción nacional de pastillas para los frenos de los aproximadamente cuatro millones de automotores que transitan el territorio nacional.

Sobre ese particular, el alcalde de Campamento, Jorge Iván Durán Lopera, se opuso férreamente al proyecto de ley No. 97 de 2015 que buscaba prohibir la “producción, comercialización, exportación, importación y distribución de cualquier variedad de asbesto en Colombia”, con el argumento (recurrente entre los amigos del asbesto) de que no hay evidencias científicas sobre la relación entre dicho material y diversos tipos de cáncer.

La espalda al asbesto

La inexistencia de estudios locales sobre los efectos mortales del asbesto, se suple con investigaciones científicas que, como se señaló, datan de la Antigüedad. La tendencia contra el asbesto tiene en el presente dimensiones globales.

Desde 1991 –al menos en el papel-, el Banco Mundial decidió no financiar proyectos que utilicen productos con asbesto. Una década después, el debate tomó un segundo aire debido al alto porcentaje de asbesto pulverizado que contaminó el aire de Nueva York, tras la explosiones que derrumbaron las torres gemelas en 2001.

«No hay riesgo tan bien documentado como el asbesto. ¿Cuánta gente más tiene que morir para que sea incluido en la lista del Convenio de Rotterdam?», asegura Brian Kohler, un experto que lucha en pro de la prohibición total del asbesto.

Los científicos advierten que los diferentes tipos de cáncer causados por el asbesto pueden tardar en manifestarse entre 20 a 40 años a partir del ingreso de dicho material al cuerpo humano, bien por vía respiratoria o por el consumo de agua contaminada con partículas provenientes de las tuberías fabricadas con ese material.

Con fundamento en esas y otras evidencias, los estados miembros de la Unión Europea prohíben sin excepción y taxativamente el uso, explotación, comercialización de cualquier tipo de asbesto desde 2005. España hizo lo propio al prohibir totalmente el asbesto o uralita desde 2001.

El hallazgo de partículas de asbesto en algunas cubiertas de la Biblioteca Nacional de Francia -en el parisino barrio de Tolbiac a orillas del Sena-, obligó en 1964 a derrumbar estructuras recién levantadas.

El asbesto tiene una enorme capacidad de producir mesotelioma diversas variedades de cáncer (intratables en la práctica) en pulmones, vías respiratorias y otras partes del cuerpo; según la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer, de la Organización Mundial de la Salud.

La propia Unión Europea prevé medio millón de muertes por asbesto en la próxima década, diez veces más que las muertes causadas por accidentes laborales. En sólo la Gran Bretaña se calcula que –de no prohibir el uso de asbesto-, podrían ocurrir más de 200 mil muertes por algún tipo de cáncer pulmonar.

La así llamada “Comisión Nacional de Salud del asbesto crisotilo y otras fibras”, creada en 2001 en Colombia produjo un reglamento de higiene y seguridad, adoptado 10 años después por el Ministerio de Salud y Protección Social.

La reacción de industriales, comerciantes y autoridades es la misma en todas partes: empiezan por negar que el uso de amosita, crocidolita y crisotilo (especies de asbesto) sea dañino y, enseguida, demandan comprobaciones y alegan que algunos casos nocivos se pueden presentar por quienes violan procedimientos y normas preestablecidas.

Ante la evidente incapacidad de las instituciones responsables en Colombia de prohibir el uso del asbesto, la única vía posible es impulsar el conocimiento social, abrir alternativas y trabajar por el resarcimiento de los daños que padecen la infinidad de víctimas del asbesto.

En ese sentido, Greenpeace promueve una intensa convocatoria a la población para enfrentar los peligros reales que causa el asbesto tan profusamente utilizado en este país.