Perseguidos, como sus ancestros esclavos, habitan en las riberas selváticas de los caños y quebradas que atraviesan la esquina noroeste de Colombia. Allí, rodeados por 35 mil kilómetros cuadrados de selva, al borde del Cacarica tributario del río Atrato, en pequeñas parcelas y mínimos caseríos, viven alentados por el sueño de avanzar en paz, de ser posible.
Colonización y despojo
Mariela sueña con ser maestra de una escuela que sólo existirá si la edifican y sostienen las mismas comunidades desperdigadas por la zona. Sólo ellas -y la ayuda eventual de unos misioneros católicos- parecen tener interés en la educación de los pequeños. En semejantes lejanías no hay presencia del estado, excepto un cuerpo del ejército dedicado a hostigar a los nativos a fin de asegurar el dominio latifundista, tal como ocurre en muchas regiones colombianas y, para el caso, en la zona bananera de Urabá a finales del siglo pasado.
Poderosos empresarios emparentados con altos cargos públicos, en confabulación con traficantes, militares y funcionarios locales; todos empeñados en expulsar a las comunidades autóctonas, apropiarse de su territorio y explotar las inmensas riquezas naturales que posee.
Esta colonización, fundada en el despojo, repite feroces episodios vividos alrededor de la quina, del azúcar y del tabaco. También se da tras el petróleo, el oro, otros minerales y las maderas. Conlleva el arrasamiento de los suelos, la alteración cruenta del curso de las aguas, el derrumbe de laderas y vertientes, la pérdida de tesoros naturales únicos e irrepetibles, la eliminación del pueblo.
Asedio a la esperanza
Al frente, la fuerza pública abre camino a las bandas de sicarios aupadas por terratenientes y traficantes. Cercenan el tránsito por las vías fluviales, únicos medios de transporte y comunicación. Asedian a la población del Cacarica que, sin nada en las manos para resistir, intenta defender sus magros bienes y frenar la devastación de sus sembradíos, sus chozas y sus esperanzas.
Esta novela, primera de Alexandra Huck, se tituló precisamente “Marielas Traum” (El sueño de Mariela), en la edición alemana de 2014. La traducción de Constanza Vieira Quijano al castellano, aparece en la colección Ríos de letras, de Ediciones desde abajo(2018), con el título “Contra la corriente de aguas terrosas”.
Empecinados en el crimen
Los trazos sutiles del relato conforman un fresco de acontecimientos enlazados rítmicamente, sin estridencias ni alteraciones en la armonía. Casi sin veleidades, logran ilustrar la geografía tropical húmeda e impregnan de ternura los ásperos pasajes urbanos.
Intensa nada tediosa, la narración ilumina el drama que afrontan las comunidades negras y limpia la turbiedad de la muerte. El cuadro señala a las tropas oficiales detrás de los sicarios, los empresarios junto a los generales; los latifundistas y los gobernantes, en la cúspide del poder, empecinados en el crimen.
Esos propósitos de los terratenientes, traficantes, militares, funcionarios y sicarios se enfocan en la eliminación de los líderes comunitarios. Pero, obnubilados por un machismo irredento, asignan ese liderazgo a los hombres y, en particular, a la guerrilla.
La insurrección armada aparece en esta novela de Alexandra Huck entre bambalinas. Los guerrilleros advierten, antes que nadie, los peligros que conlleva la presencia de mercenarios en la región. Después de lanzar sus advertencias, los insurgentes se sumergen en las profundidades de la selva a esperar a que pase la tormenta. Aunque algunos miembros de la comunidad se suman a la acción clandestina, los nexos entre la guerrilla y la población civil son endebles, prácticamente inexistentes.
La resistencia es femenina
El peso de la resistencia frente a las agresiones del poder, recae en la comunidad y, esencialmente, en las mujeres. Al margen de su comodidad urden el tejido social, procuran la sal y el cobijo, organizan el baile y la música y orientan la solidaridad que viene en manos de mujer.
Tales virtudes, al tiempo que las convierten en blanco predilecto de los asesinos, constituyen un rasgo de identidad capaz de superar los arquetipos del “eterno femenino”, justo cuando los hombres son incapaces hasta de disimular el miedo.
De esa forma, las mujeres presentes en esta novela se congregan en torno a Mariela (la protagonista, la soñadora de escuelas), y a Beata (una joven alemana activista de los derechos humanos vinculada a la comunidad perseguida), para concretar la posibilidad de acallar las armas con canciones y de aclarar las aguas turbias.