Más atractiva de lo que suelen reconocer sus detractores cuando, a su paso, enciende pasiones en altos círculos y en bajos fondos con idéntico ardor. Quisiera ser discreta, pero la rodea un séquito de periodistas, congresistas y personajes de la farándula a los que frecuenta en bares, congregaciones y despachos públicos.
La Mala Educación se recibe en aulas de máximas y mínimas dimensiones. Se resguarda en rincones insospechados para aparecer en los momentos menos oportunos. Modifica documentos y voltea testigos. Inventa hojas de vida y falsea declaraciones. Confidente de ministras y de futbolistas, celestina de coroneles, madrina de confirmación.
Causa admiración la persistencia con que promete a sus amigos y clientes que llevará al éxito seguro. Certifica, califica, juzga, dictamina, se explaya en confianza (no siempre confiable), arropa a los que están dispuestos a cumplir su deber más allá de lo que deben.
Ninguna advenediza. Ella proviene de una tradición iniciada cuando Caín invitó a su hermano a salir de la casa paterna: lo hizo con tal estilo, que Abel aceptó encantado. Colón la trajo el Nuevo Continente donde todavía enriquece a los saqueadores, reprime tribus y quema libros con fanatismo de inquisidor medieval. Y brujas.
Ajusticia indios rebeldes. Caza negros porfiados. Exilia a poetas y bailadoras, viste las estatuas, acaba con los ríos, quema bosques, restringe la alegría. Censura las artes, persigue estudiantes, ofende a las abuelas y guía a los prefectos de disciplina.
Moralista e hipócrita seguidora de profetas dudosos y pastores ocasionales, defiende las fiestas bravas, las barras bravas, el matoneo y el #quiensoyoísmo.
No admite razones, no escucha argumentos. Se manifiesta en empujones frente a ventanillas de pago quebradas, con acompañamiento de músicas chirriante y autos de lujo, frente a los cuarteles, borrachos después de la sesión solemne.
Sin embargo, la Mala Educación no riñe con el Buen Gusto. Por el contrario, se ciñe a sus dictámenes a veces con exceso.
Aunque de naturaleza cándida, su obstinación y apego a los caprichos la pueden volver perversa; aunque sosegada, evita discutir, controvertir o criticar de frente.
Admitida en pandillas, hermandades y batallones, en momentos de riesgo se despliega como los abanicos, salta a la política, se mete en elecciones, aspira y ocupa espacio en curules, celdas, palacetes, consultorios, yates, paraderos de taxi, bus o metro (en las ciudades donde la Mala Educación ha permitido que funcione este vehículo de transporte).
Accesible, casi democrática, hay casos en los que Mala Educación cuesta fortunas. Se chupa los más jugosos rubros presupuestales. Se oculta a medias entre renglones de sentencias judiciales, sermones y proclamas moralistas. Apreciada y muy estimada, a ella destinan los más gordos presupuestos públicos. Parlamentarios, presidentes y presidiarios postulados aplauden cuando, infalible, la Mala Educación los condecora en nombre de una república ignorante, mediocre y delictiva.