El lunes 31 de agosto de 2020 celebramos el cumpleaños de Ramón Lemus. Noventa y siete ajustó el Almirante, como lo llaman sus amigos. Con Ana, su esposa de ochenta y seis, una veintena de familiares y vecinos se reunió frente a su casa para el festejo. La noche estaba fresca, todos con tapabocas, distantes los cuerpos, cordiales las miradas, reposados los gestos. El viejo lucía garboso en las fotografías con un sombrero nuevo, blanco de ala corta, en vez de su habitual gorra de marinero.
El lunes 31 de agosto de 2020 nació el hijo de Edny y Eduardo, la pareja venezolana que vive con Valeria, su hija, en la punta del callejón donde termina el barrio y empieza la geografía hostil de las alambradas sobre muros de piedra al borde del arroyo seco. Manuel se llamará el pequeño. Nació antes de tiempo. Su madre ya está en casa, mientras él espera en una incubadora la orden de salir finalmente a su hogar. Ansiosa por verlo está Valeria: tiene cinco años y una tortuga perdida media lengua en ese dincón del patio donde las iguanas toman café.
Foto CG-C. albricias.blog@gmail.com
Eco del océano marinado
Con frecuencia se encuentra hastío entre los pobres de la aldea. Habituados al desaliento, soportamos desde hace seis meses la propagación de la peste. Nunca fue fácil cosechar alegrías en este golfo zigzagueante al pie de los acantilados frente al mar de las Antillas. Pero, al atrio de la casa del Almirante, lo mismo que al ventanuco del rancho de Edny y Eduardo, llega sensible el eco del océano marinado con tonadas del desierto guajiro y de aires que envían los Andes.
Cantar en los cumpleaños de los abuelos centenarios, en el nacimiento de los migrantes, en el funeral de los pescadores fulminados por la electricidad, como le pasó a Juan Francisco Mojarro que cayó cuando apenas comenzaba la cuarentena impuesta por la peste. Festejar para ostentar esa herencia de juglares a lomo de la memoria, para aliviarle peso a las almas o transmitirles razones, coplas, versículos innumerables.
Tripulación de chalupas
El lunes 31 de agosto de 2020 bajaron a la playa los estudiantes. Turistas en su propio balneario de playas abandonadas a pedido de la cuarentena, esta mañana sin luz no tuvieron clase. Gracias a eso juegan ahítos de deberes cumplidos sin fines de semana ni recreos ni asueto en el verano que se acaba mañana.
El encierro de la peste emparejó los deberes con el ocio, pero las lluvias trajeron generosa pesca a falta de paseantes. Sin cambiar de camiseta, los muchachos se meten a recoger las redes para ganar un manojo de cojinúa, jurel o bonito para el almuerzo.
Cuando llueve, en la madrugada, algunos suben a la loma a divisar las señales del oleaje. Otean el zarandeo de la marejada, examinan el bucle de las corrientes. Las miradas, entrenadas por décadas, quieren adivinar la ruta que siguen los cardúmenes para dictarla a los tripulantes de las chalupas. No brota todavía el sol cuando encauzan los trasmallos en persecución de sus presas, así como caiga la última gota.
Foto CG-C. albricias.blog@gmail.com
Imaginar el evangelio
Ya es septiembre aunque aún arrastran la cola los huracanes del sur del Caribe. Las autoridades dictaminan el fin de la cuarentena, cesan las restricciones. Quizás así se anime el cura comisionado a dar otra vez misa. Tal vez los borrachos vuelvan a escucharla debajo de los almendros y Ana a imaginarse el evangelio mientras Ramón susurra piropos a las muchachas que escalan piernas morenas en la calzada.
Ya es septiembre y Valeria está impaciente por ver en vivo y en directo a su hermano Manuel de cinco días de nacido. Es poca la foto que papá le enseña, misma que remitieron desde el hospital las enfermeras. La pequeña necesita tener a su hermanito en la cuna. Quiere enseñarle coplas medialengua, sabores de níspero y verdes de aguacate. Que aprenda de la abuela a susurrar joropos con paso de potrancos en los llanos de Apure.