Últimamente, hay muchos extraños que rondan por aquí. Armados y en plan siniestro se han vuelto a ver por los lados del embarcadero y detrás de las colinas que cubren la espalda de la aldea. Son agentes del régimen y vienen no con buenas intenciones. En otras provincias se suceden las masacres, la persecución sanguinaria contra criollos, negros e indígenas. Menos mal que aquí las milicias patriotas cuidan los caminos, vigilan las playas, los bosques y los cerros. Aun así, hay que elevar las alertas.

Todo parece indicar que quieren atacar otra vez la imprenta. Les causa daño su funcionamiento. Aquí se han reproducido proclamas y panfletos partidarios de la República que circulan por todas las Antillas. Periódicos (como el célebre “Camarón Despierto” que encendió las revueltas en Portobelo, Riohacha, Socorro y Santafé), pero también devocionarios, novenas y traducciones con destino a los colegios y conventos esparcidos por el territorio americano.

Por ahora se tuvo que reducir la producción del almanaque propio con los ciclos de las mareas, temporadas de lluvias y vientos, indicaciones para la pesca, el calendario de ferias comerciales y páginas en blanco para que los propietarios lleven sus propias anotaciones. De Veracruz, La Habana y las Canarias llegan pedidos de ese impreso. Pero, como están las cosas con el recrudecimiento de la peste y la invasión de los imperialistas; el papel escasea, la tinta casi no se consigue y los barcos deben evadir el cerco de las naves enemigas.

A lo largo de los años tanto ingleses como españoles, bucaneros de Francia y esclavistas de Portugal han querido tomar control de la plaza de Libre Albedrío. A los monárquicos les molesta en especial que la industria editorial se haya asentado aquí, lejos del control de los inquisidores en Cartagena de Indias y de las censuras a que nos quiere someter de nuevo.

No sólo hemos logrado resistir. También la imprenta se ha expandido gracias al oficioso taller, el maestro editor, sus oficiales y ayudantes. De muchas partes llegan datos, información que merece ser publicada, narrativas de sucesos que, aunque ocurran a mucha distancia, tienen efectos en lugares  cercanos. Es todo un continente, desde el sur del río Bravo hasta la Tierra de Fuego, el que lucha por su libertad contra los más poderosos ejércitos de la tierra. Para no ir más lejos, en Maracaibo la armada hispánica tiene en reserva veintitrés navíos de guerra que no sabemos cuándo y dónde atacarán. Eso se tiene que averiguar.

Las exigencias de estos tiempos crecieron la prensa que empezó con una máquina, la que armó el maestro Herreño en 1787, hasta llegar a seis en la actualidad. Funciona en el mismo tosco edificio de piedra legado, junto a la hacienda con su casa, por doña Gabriela de Arce a la lucha revolucionaria. La producción cubre con suficiencia el costo de las materias primas, el pago de emolumentos a escritores y aristas, operarios y distribuidores. Además, la imprenta sostiene una escuela donde se capacitan jóvenes locales en el oficio de los rodillos y los legajos. Con lo de la prensa hemos podido suplir las necesidades de los combatientes, conseguir armas, municiones y avíos para resistir.

En la medida en que creció el fervor por la Independencia y la rebeldía cundió por tierra y mar de las Antillas, la Capitanía de Venezuela y el Virreinato; aumentaron las necesidades de ilustración y noticias. Don Antonio Nariño tradujo e imprimió la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano. Por eso fue apresado y traído a las mazmorras del castillo de San Felipe, en Cartagena de Indias. Desde prisión Don Antonio ordenó que una segunda prensa importada de España, en vez de seguir a Santafé, se instalara en este puerto al que tanto quiso y el que a Él tanto debe.