En el marco de nuestra tarea al hacer docencia en el tema OVNI, nos convoca a revisar los conceptos propuestos desde el fondo de los tiempos. La etiqueta ha sido expuesta, para fundamentar el interés dentro de las redes sociales y así llevar al conjunto de la sociedad a pensar en estas direcciones.
Día a día entendemos que salir de la etiqueta es resolver un momento mental del ser humano envuelto por un sistema que no deja pensar y si se va poniendo en escena de acuerdo a nuestro despertar. La ciencia y la religión se van transformando, al colmo de las circunstancias. La cultura de cada país, de cada región leída en todo su contexto va siendo dirigida toda hacia un mismo mirar y un mismo actuar. En la observación detenida, convierte al ser humano a ser crítico y eso pudo ser un accionar molesto para el día a día de un sistema, que quiere que compremos todo lo que nos venden.
Hace bastante tiempo reiteramos en el desmitificar el OVNI, y hoy por estos tiempos el desmitificar la Etiqueta. La etiqueta ha generado estigmas y paradigmas, para estos tiempos de confusión, herramientas perfectas para continuar el acentuar en la psiquis humana conceptos que se arraiguen y no se puedan ni siquiera poner en el debate.
El Ancestro bien dicho, propone una lectura completamente universal, atemporal y llena de ingredientes naturales capaces de romper con las etiquetas y estigmas que han limitado el pensamiento humano.
Las vías que rodean las montañas en Colombia son realmente mágicas. Vamos en esta oportunidad hacia el occidente de Bogotá. La carretera no alcanza a ser fácil de transitar. Por momentos son brechas que unen pueblitos invadidos de color verde, aromas en medio de guaduales, cafetales, y platanales. En cada parada arepas, calentanos, pasteles de yuca y empanadas colombianas, elaborados por los habitantes dando su propia impronta. Su sabor propio es calor humano, actitud de verdaderos anfitriones. Mientras contemplamos su propia cultura, ajenos de lo que el Cielo propone, estamos invitados a vivir una noche diferente. Continúa el vehículo marcando el sentir de lugares muy difíciles de transitar, en los que cerca de precipicios, pareciera podríamos caer en esos abismos; puentes no muy bien construidos, dejan entrever entre la tupida vegetación, quebradas y cunetas de desagües. Pronunciadas montañas silenciosas abrazando un sentir majestuoso, a la distancia en el que el Cielo es también protagonista. Han pasado muchos años. Veinticinco, y desde la infancia las mismas circunstancias, sociales, políticas y de convivencia propia del campo.
Comienza a dibujarse el atardecer anunciando la llegada de la noche montañosa. Definitivamente la montaña en su paisaje, sensación única. Y aparecen luces en la oscuridad, alentando al sentir, el llamado del pasado. Aquel que marcó desde lo más profundo, un sentir maravilloso a encontrar en el Cielo, las estrellas; la mirada más allá de lo efímero, de lo superficial. La noche aquí y en cualquier lugar del planeta nos acerca a nuestro ser, si le parece a usted nuestro lector, una observación del sentir.
Las luces en las montañas, muchas más, inclusive en las partes más altas son fantásticas. Quienes vemos el cielo y la noche en estos temas, nos motiva a querer encontrar una luz en movimiento. He escuchado de personas que hablan de estos temas, que son “ellos”, los que se ven en esas luces. Aún no sé qué son esas luces. Sí, me sorprenden, cuando se dejan ver. Son movimientos que inteligentemente en ocasiones se pierden en el Cielo, en un punto hasta desaparecer. Y en un tono azul noche, el cielo va desapareciendo como día y las estrellas están apareciendo por doquier. Maravillosa escena.
Hemos caminado estos senderos de la noche en Palestina Cundinamarca, tantas veces y en sus aconteceres, la voz del Tío contando historias. La pata sola, La huaca, la luz mala, la sombrerera, el descabezado. Era niña y su voz acariciaba las historias que vienen desde los tiempos seguramente fundamentadas de alguna verdad, que alguna vez conoceremos. Dicen que aquí, la montaña era habitada por los naturales. Mucho antes que llegaran nuestras familias que hoy conocemos por los relatos de diferentes lugares de la familia. Llegando los colonos, habitaron mucho, mucho después, de cuando estuvieron los indígenas, quienes desaparecieron sin saber cómo. Hay vestigios en algunas piedras por su arte rupestre y los dibujos talados en piedras. Nómades seguramente caminaron. Quedaron estas montañas en el silencio y la soledad de un ambiente virgen. Y de pronto aparecieron dos o tres familias quienes se hicieron dueños de la zona geográfica. Y recordando tanto relato, en el cielo incontables luces propias de los vuelos. Una cantidad de rutas de aviones. Y el tío me pregunta. ¿Qué se sabe de lo que usted estudia mi chinita? Porque yo he visto luces. Pero yo no sabía que se llaman OVNIs. Y como lo llama Tío? Pues yo no sé qué es eso. Mamá maría decía, es la luz Mala.
De pronto llega niebla. Propia de estas montañas que nos regala en las alturas las luces de ciudades en la distancia. El espectáculo es realmente maravilloso. Y la imaginación puede alcanzar lo inimaginable, si no conocemos los efectos de las luces de estas ciudades que en el día no se pueden ver ante nuestros ojos, y que en la noche se reflejan de una manera fascinante.
Expresas estas letras pintando una zona geográfica de Colombia, la podemos llevar a cualquier lugar de Colombia con las diferencias de sus perfiles geográficos. El Desierto de la Tatacoa, Villa de Leiva, Tabio y Tenjo con la Peña de Juaica por nombrar algunos. Los lectores pueden sumar las experiencias en el disfrute de estos paisajes colombianos que nos empujan a vivir experiencias con el condicionamiento de una época moderna influenciada desde el estigma y el paradigma que arrastra con la tradición oral de los hombres naturales, en ocasiones maltratándola.