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Leyendo la conferencia de hace más de 200 años:  “De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos” de Benjamin Constant, el suizo-francés que vivió los impactos de la Revolución Francesa, pero más tarde se había horrorizado ante el terror desatado por Robespierre, no puede pasar desapercibida sobre todo para hacer una reflexión sobre nuestro tiempo.

 

Hoy el imperativo en la mayoría de las áreas de conocimiento, del trabajo y los negocios, es la digitalización; antes era una opción para abrirse a nuevas oportunidades, hoy aparece como un intruso en cada una de las áreas de nuestras vidas. Intruso, porque entra en nuestros hogares sin pedirnos permiso, y nos planta la necesidad imperiosa por usarla so pena de perder oportunidades laborales, de negocio, entretenimiento o de vigencia.

 

Fuente: »El Juramento del Juego de la pelota» por Jacques-Louis David

 

En el entretenimiento, por ejemplo, nunca habíamos tenido tanto tiempo como lo tenemos hoy día, como para que a algunos se les diluya entre maratones de series en plataformas de streaming, tiktoks o videojuegos. En el amor, por ejemplo, algunos aplican las lógicas de mercado y prefieren ir a un “market place” de opciones como Tinder, antes que profundizar en las bajas y altas de las relaciones humanas. Un market place para encontrar un producto que satisfaga mis necesidades físicas, de afecto, o relacionamiento.

 

Algunos tuvieron que “reinventarse” y buscar su sustento a través de una digitalización forzada. Políticos, empresarios, filósofos, intelectuales, actores, gente de la farándula, todos sin importar sus diferencias, nivel moral o económico, fueron lanzados al agua de la digitalización, que lejos de entretener, hoy reproducen las lógicas del mercado, lo que se produce en el digital; independientemente de la red social que sea, esta inmerso en la lógica de la producción económica, o por lo menos así lo tienen claro las élites tecnológicas dueñas de los nuevos medios de comunicación quienes muestran sus indicadores (o KPI’s) a sus inversionistas para lograr levantar más capital para sus propósitos.

 

Un mercado con unas lógicas donde la libertad termina siendo una libertad hacia el interior (un yoga para autoconocerse, la cuestión que algunos se plantean sobre a qué género pertenecen de los mil que se han inventado, entre otras)  muy diferente a la libertad de los antiguos griegos y romanos, donde según Benjamin Constant, la idea de libertad había estado básicamente vinculada a su vida pública. No una vida pública para hablar de su género, de la tendencia músical, del hashtag o la tendencia en redes del momento, sino para tomar decisiones políticas que impactaban a todos los ciudadanos.

 

Hoy, aunque algunos podrían decir que :“vivimos en tiempos modernos y ya no tenemos una cohersión en lo individual como lo tenían los antiguos y en cambio si gozamos de libertades individuales como nunca antes”, no es tan cierto. Hoy la libertad ha sido violentada por la tecnología. Conscientemente o no, muchos han sido llevados a exponer su vida pública en redes sociales, donde se juzga, se observa, toda la audiencia es el Big brother de George Orwell, quien con comentarios o likes aprueba o desaprueba tu vida, tu apariencia física, tu proyecto, tu personalidad, tu estilo de vida.

Como lo menciona Byung-Chul Han en la Sociedad del Cansancio: “El exceso de trabajo y rendimiento se agudiza y se convierte en autoexplotación. Esta es mucho más eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de un sentimiento de libertad. El explotador es al mismo tiempo el explotado.” y quizás a eso lleve las redes sociales a quien produce contenido, a creer que influye en su audiencia, cuando realmente son las lógicas políticas y económicas las que influyen en su motivación a influenciar a su audiencia en algún aspecto, sea para comerciar un producto o servicio, para mercadear aprobación a través de likes, comentarios, o ganar posicionamiento o reputación en alguna materia.

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