Hay calles por las que la gente disfruta pasar más que otras, independiente del uso que tenga ese territorio, sea residencial, comercial, escolar… son vías que pueden generar emociones, no solo entre las personas que están habituadas a cruzarlas y que pueden tener cierto apego a ellas, sino también entre quienes las atraviesan esporádicamente.
Según las características de las zonas en cuanto a la luminosidad, los colores, el espacio peatonal, el nivel de ruido, las fachadas de las casas y edificaciones… las calles pueden generar distintas emociones entre los peatones, desde indiferencia y monotonía, hasta placer, interés, o incluso miedo. Porque las ciudades no son solo espacios físicos, sino también una fuente de estímulos para la vista, el oído, el olfato y el tacto.
Por supuesto, determinar qué calle es más atractiva que otra es subjetivo, pero su animación, su nivel de recordación, de frecuentación y de referencia entre la gente puede servir como indicador.
Una calle puede no generar emociones o incluso ahuyentar a los peatones. Allí donde hay largas paredes blancas, sin contrastes ni detalles, donde las fachadas no tienen identidad propia ni formas o detalles únicos que diferencien las unas de las otras, tal vez no generen tanta atracción.
Por el contrario, ciertas casas y casonas que conservan su arquitectura original de la primera mitad del siglo pasado, o algún balcón que sobresale en una calle por su estilo colonial; o ciertas escaleras con forma y estilo singular, tendrán mayor recordación entre quienes transitan por allí.
Cuando era niño, cada vez que pasaba frente a una casa de la carrera sexta entre calles 21 y 22 de Pereira, me gustaba detenerme un momento a verla. Era una casa grande, de dos plantas, con un altillo. Era muy distinta a todas las casas de esa calle, e incluso era diferente a las de toda la ciudad. En esa época no tenía idea de que era un ejemplo de arquitectura inglesa, tampoco sabía a quién pertenecía. Recuerdo que toda su fachada estaba invadida de plantas. Había una pequeña escalera para acceder a la puerta principal y tenía un jardín con árboles que iba hasta la reja de la calle.
De niño me parecía un sitio fascinante para hacer volar la imaginación, gracias al aspecto misterioso y fantástico que yo apreciaba de esa edificación. Aunque nunca entré a ella, sólo su fachada me era suficiente para apreciarla.
Años más tarde el Municipio compró la casa para remodelarla e instalar allí el Concejo de la ciudad. A pesar de los cambios, sigue siendo una gran edificación.
En este punto es importante anotar lo importante que es conservar las fachadas históricas y tradicionales por el enorme valor que le agregan a las ciudades, porque, además de la información que proporcionan sobre el estilo de una ciudad, le imprimen originalidad y las diferencia de las demás localidades vecinas.
Por ejemplo, Jericó no sería el mismo sin sus grandes balcones y ventanales. Cartagena no sería tan atractiva sin los vistosos colores de sus casas coloniales. Salento, en Quindío, no sería considerado como uno de los pueblos más hermosos de Colombia si no fuera por la conservación de su arquitectura típica de la zona cafetera, con casas multicolores de mezclas atrevidas, y los faroles y las sillas en los andenes.
La importancia de las fachadas en el atractivo de una ciudad está dada por una obviedad, es la parte de las edificaciones que se puede percibir desde el exterior y es la que deja una impresión.
Por esto es lamentable que en las ciudades colombianas cada vez quede tan poco de las estructuras originales, pues la conservación lo que busca es preservar la historia. Cada persona, lugar, cultura, tiene sus raíces y es importante conservarlas porque forman parte de nuestra identidad como pueblos. La identidad de una Nación pasa también por su ambiente, tanto natural como construido.
Las ciudades son espacios para habitar, pero también para vivir y sentir, por lo tanto deben ser pensadas como territorios que estimulen los sentidos de quienes las recorren.