Hace algunos días se desplomó el puente atirantado Chirajara, que estaba en construcción en la vía Bogotá-Villavicencio, y que iba a entrar en funcionamiento este primer semestre de 2018. Diez trabajadores murieron.

Este puente estaba compuesto por dos torres en forma de diamante. Los videos que grabaron el momento exacto del derrumbe dejan ver que una de las dos torres se parte en su centro y la estructura cae. Lo que sigue es esperar que las investigaciones avancen con celeridad para entender qué falló y determinar responsabilidades.

Por lo pronto, asombran las declaraciones ligeras que han dado varios representantes del sector de la infraestructura en torno a este desastre, pues pareciera que justifican lo injustificable.


Por ejemplo, el presidente de la Cámara Colombiana de la Infraestructura (CCI), Juan Martín Caicedo, manifestó en varios medios de comunicación que la caída de este viaducto se trataba de “un caso aislado”, y agregó que de 5.000 puentes construidos por la ingeniería nacional “solo se ha caído uno”. Sin embargo, la realidad lo contradice con casos muy recientes, así, en plural. Veamos:

En mayo de 2017 colapsó el puente Quebrada Blanca que había sido inaugurado tres meses atrás sobre la vía Otanche – Puerto Boyacá.
El 19 de febrero de 2016, cuando pasaba una volqueta, se cayó el puente vehicular de Guayepo, que comunicaba a San Jorge con la Mojana, en César.
El 22 de agosto de 2016 colapsó el puente sobre el río Charte, en la vía Aguazul – Yopal. En esa ocasión diez personas resultaron heridas.
El 2 de febrero de 2015, en Bogotá, se derrumbó el puente peatonal de la carrera 11 con calle 103, que recientemente había sido puesto en funcionamiento. Hubo siete heridos.
El 4 agosto de 2014 se cayó el puente vehicular cerca al aeropuerto Los Garzones, en Montería.

Todo esto sin contar con los edificios que se han derrumbado en diferentes ciudades del país, y la orden de desalojo que expidió recientemente la Fiscalía General de la Nación sobre 16 edificios de Cartagena por estar en riesgo de desplome.
Otra declaración que no aporta nada para entender los motivos del colapsó del puente de Chirajara es la del presidente de la Asociación Colombiana de Ingenieros, quien manifestó que “no hay un solo país en el que no se haya caído un puente». ¿Mal de muchos, consuelo de tontos?
Finalmente, el ministro de Transporte, al día siguiente de la tragedia, salió a hablar ante los medios de comunicación para decir que la empresa concesionaria Coviandes es la única responsable, pero también que se tuviera en cuenta que es la primera vez que a esa empresa se le cae un puente.
A todas estas injustificables justificaciones se podría agregar la del presidente de la Cámara de Representantes, quien manifestó en una entrevista radial que todo esto «podía ser obra del Espíritu Santo”, o lo dicho por el decano de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional, para quien “la ingeniería no es exacta”.
Lo que corresponde ahora es comprender las razones de estos desplomes para que desastres como el de Chirajara no sucedan de nuevo, porque el desarrollo vial y de infraestructura del país deben continuar.
Las investigaciones deberán revelar si el problema principal estuvo en los diseños, en inadecuados procedimientos de construcción y/o en el uso de materiales de mala calidad. A todos estos ingredientes se les suma una interventoría que días antes del desastre había entregado un informe diciendo que todo andaba bien. Y en el caso de otros puentes que se han caído, se agregan razones como la falta de mantenimiento y la falta de control, al permitirse el paso de camiones que exceden la capacidad de carga de las estructuras.
Minimizar los hechos no va a disminuir la gravedad de la tragedia, por el contrario, las declaraciones livianas denotan soberbia ante situaciones que deberían generar reflexión. El punto es que no debe caerse ningún puente.