Son continuas las quejas de las autoridades viales porque los peatones no usan con frecuencia los puentes peatonales para evitar accidentes de tránsito. Los motivos que presentan muchos ciudadanos para no transitar por estas estructuras son amplios, bien sea porque no ven la funcionalidad de tener que caminar 200 o 300 metros para subirlos, atravesarlos y finalmente bajar de ellos. O también hay justificaciones relacionadas con las limitaciones físicas de algunas personas para usar los puentes, la falta de mantenimiento de estas obras y muy especialmente con los problemas de delincuencia que en algunos se presentan. Según un estudio adelantado por la Universidad Central, cada 20 horas se registra una denuncia por hurto en los puentes peatonales de Bogotá.
Estas son razones importantes que tienen los peatones y que no se pueden desechar o atribuir fácilmente a la falta de cultura. El peatón pondera el riesgo de atravesar la calle con el tiempo que le toma usar el puente y muchas veces prefiere hacer el cruce directo, aunque eso pueda significar un mayor riesgo.
Además, la subutilización de los puentes peatonales es una constante en México, Argentina, Ecuador, Nicaragua y demás países. No se trata de una situación exclusiva de Colombia, sino que responde a un patrón relacionado con este tipo de construcciones.
Entonces, si a los ciudadanos poco les atrae utilizar los puentes peatonales, ¿por qué estas moles de cemento siguen ahí y por qué se siguen construyendo más? ¿Por qué se insiste en ellas como única medida preventiva?
Lo más fácil es decir que la culpa es del peatón, “al que le falta cultura”, como frecuentemente responden las autoridades y replican los medios de comunicación, y dejar todo igual, en lugar de analizar la razón de los ciudadanos para no usarlos. Habría que clasificar cuáles puentes están mal ubicados y determinar en cuáles hay un paso peatonal importante. ¿No se supone que antes de la construcción de un puente peatonal ha habido un estudio que estime cuánta gente lo necesita y cuánta lo usaría?
Solo cuando existe una barrera física que impide el paso de los peatones por la vía, estos se ven obligados a usar el puente. De lo contrario, cuando no hay un separador o una malla que impida que el cruce de los peatones por la vía, entonces se les está dejando elegir entre usar o no el puente.
En ese orden de ideas, pareciera que los puentes peatonales están más para no interrumpir la movilidad de los carros que para facilitar la vida al peatón, lo que mantiene la sensación que el derecho público a las vías es únicamente de los automóviles. La construcción de estas estructuras debe estar en función del comportamiento de los peatones, los ciclistas y de las personas con discapacidad física, por ejemplo, para cruzar sobre las vías del tren, para atravesar grandes autopistas urbanas o para cruzar ríos u otros obstáculos naturales.
No se entiende la necesidad de construir estas obras públicas que los ciudadanos poco usan y que se han convertido en elefantes blancos en las ciudades, si no se revisa antes si su ubicación es la adecuada o si bastaría con instalar semáforos, así eso obligue a detener a los vehículos. ¿O acaso eso es lo que no se quiere?
Si de educación se trata, esta debe ir dirigida tanto a peatones como a conductores de carros, motos y bicicletas. A los peatones, para que sean prudentes al momento de cruzar las calles y usen los pasos indicados y seguros, y en cuanto a los conductores, hay que promover la cortesía vial y el derecho de paso del peatón.