Llegó a Colombia la moda de los restaurantes dogfriendly o amigables con los perros, y así, mientras uno se toma un café, le aparece al lado ‘Culi’, un labrador que lo olfatea a uno, levanta el hocico y lo pone sobre la mesa. “Tranquila, él no hace nada”, dice su dueña que está muy cómoda tomándose un frappucchino. Yo pienso que ya ha hecho demasiado: me está rondando, ha invadido mi espacio y estuvo a punto de tumbar mi vasito con expreso.

Ya sé que quien se debe ir soy yo. Las mascotas tienen prioridad. Ellas gozan de más privilegios que muchos de nosotros. Si quiero quedarme en el café sin que me husmeen, me toca sentarme en la mesa junto al baño, a la que no dejan acercar los animales, pero sí a los seres humanos.

No estoy en contra de los que adoran a sus mascotas ni muchos menos, pero sí me cuesta mucho trabajo entender que en el reciente terremoto de Ecuador fue más compartida en redes sociales la petición para salvar mascotas que la invitación a donar para ayudar a menores de edad. También he visto más personas en la calle expresar sentimientos por un perro perdido que por un niño solo pidiendo limosna. No sé en qué momento invertimos las prioridades o por qué razón los seres humanos dejamos de conmovernos con nosotros mismos. Supongo que tanto horror, tanta violencia y tanto miedo ha hecho que ciertas personas prefieran depositar sus afectos en los animales, pero creo que nos hemos endurecido demasiado. Hubo más indignación por las balas que le dispararon a un gorila en un zoológico para salvar la vida de un niño, que abrazos reconfortantes para la madre del pequeño por no haberlo perdido, y parte de la indignación surgió porque ella no evitó que su hijo cayera donde estaba el animal. ¡Por eso murió Harambe! Todos conocemos el nombre de la víctima. El niño, en cambio, salió del hospital esa misma tarde y la gente se ofendió, porque no tenía siquiera un rasguño. Harambe murió en vano.

Es terrible el maltrato animal y resulta aterrador ver que un hombre se les lanza a los leones del zoológico, pero a mí, más que los felinos encerrados, me duelen las ideas y emociones que pudieron haber atrapado a ese hombre para dar ese salto al vacío. He visto más peticiones por la libertad de los animales en cautiverio que por la de las 200 niñas que secuestró Boko Haram en Nigeria. Ya celebramos que se acabaron los criaderos de orcas en cautiverio en Sea World, pero pregunto: ¿Alguien sabe qué ha sido de la vida de estas 200 niñas?