El deportista Michael Phels sí competirá en Río de Janeiro y aunque las piscinas de los próximos olímpicos sumarán más credenciales a su título como el nadador más grande de la historia, su mayor triunfo es haber aprendido a nadar en las aguas turbulentas que han atormentado su vida.
The New York Times y ESPN Magazine publicaron recientemente historias sobre lo que este hombre atravesó antes de llegar a los 31 años. Cómo, después de una rehabilitación, logró tumbar la máscara que había creado para defenderse del mundo y a la vez esconderse de sí mismo, y se dejó sentir y expresar sus emociones.
Cuando niño, su madre encontró en la natación una alternativa para ayudarlo con el déficit de atención e hiperactividad (DATH) y, tal vez sin ser consciente de ello, le entregó una herramienta para hacerle frente a su diferencia. Así, quien pudo haber sido un joven con una vida reducida al fracaso escolar, a la baja autoestima, a sentirse inútil, logró ganarse un lugar en el mundo a punta de brazadas y de un cuerpo que parece diseñado especialmente para moverse en el agua.
Son muchos los niños y jóvenes con déficit de atención que no encajan en la educación tradicional, que no encuentran una salida sana a su esencia, que no logran conocerse a sí mismos por cuenta de que la sociedad no les da una oportunidad, hasta cuando aparece alguien que les dice que sí tienen derecho a aprender y a integrarse al mundo. El déficit de atención no interfiere con la inteligencia de las personas que lo tienen.
Los reportajes relatan que Phelps logró las medallas olímpicas sin haberse encontrado a sí mismo y que después de ser detenido dos veces por conducir su vehículo a alta velocidad y borracho, decidió hacerles frente a sus problemas y se sumergió en su mundo interior.
“No estaba listo para ser vulnerable”, dice Phelps sobre cómo estaba cuando empezó su rehabilitación hace año y medio, y explica: “Tenía miedo de mostrar quién era”.
Buscó arreglar la relación distante y adolorida con su padre y logró establecer amistades con sus compañeros de terapia cuando en los equipos de natación ni siquiera se sabía los nombres de los demás deportistas.
Al final del proceso sus palabras son reveladoras: “¿Qué me importa? ¿Si hablo demasiado, si me río demasiado fuerte o si soy hiperactivo a veces o soy un verdadero dolor de cabeza, qué es lo que verdaderamente importa? “Entonces descubrí que no valía la pena tratar de ser alguien que no soy. Esto es lo que soy”.
Ahora él dice que buscará en Río sencillamente dar lo mejor de sí, él será su propia referencia, la mejor medida de sí mismo. Si gana o no y se retira, como ha dicho públicamente que lo hará, seguramente sabrá que ahora cuenta con él mismo y eso es más de lo que muchos seres humanos han encontrado.
Volverá a su nueva vida de familia, con la madre de su hijo y futura esposa, para confirmar una vez más que le encontró sentido a su vida, que el valor de sí mismo no está todo en sus triunfos sino en la esencia y la fortaleza que le permitieron atravesar esta etapa y despedirse de su carrera como un ser humano que logró ponerse a salvo de sus fantasmas y sus miedos, un logro que muchos ni siquiera saben que pueden buscar. Tal vez es bueno que por una vez en la vida todos intentemos bucear dentro de nosotros mismos para salir a flote libres y amándonos.