¿Qué haría usted si su hijo le contara que es gay y fuera víctima de maltrato en el colegio? ¿Guardaría silencio y le pediría que se escondiera y tratara de disimular quien es para evitar que le hicieran matoneo? ¿Guardaría el secreto para que las directivas del plantel no se enteraran y su hijo no tuviera un despido escolar en su hoja de vida? ¿Dejaría que lo siguieran humillando porque se lo merece por ser él mismo la personificación del pecado?

No creo que usted sería capaz de condenar a su propio hijo al ostracismo y a la vergüenza, como tampoco creo que usted sería capaz de enseñarle con actitudes como estas que él es un error de la humanidad, un ser que no debió haber nacido jamás. Yo creo que más bien usted buscaría un nuevo colegio, laico y abierto a la diferencia, tolerante y amoroso. No se vería obligado a contar en la entrevista de ingreso que su hijo es homosexual, ni muchos menos, solo él es dueño de su intimidad, pero usted sí tendría que estudiar muy bien la concepción de la humanidad de las directivas de la institución, porque su obligación como padre es amar a su hijo y protegerlo, garantizarle la vida y el bienestar. Seguramente, lo mínimo que usted buscaría en ese nuevo colegio sería que el manual de convivencia rechazara explícitamente la discriminación.

Le aseguro que le costaría mucho trabajo encontrar un centro educativo con estas características en el país, daría muchas vueltas, descubriría que a su hijo ya no se le ofrecen las mismas opciones que a otros, y sentiría mucha rabia porque su hijo no se merece el aislamiento por el simple hecho de existir. Por increíble que parezca, casos como el suyo le sucederían por igual a padres evangélicos, católicos, cristianos, protestantes, ateos, a todos los que tuvieran un hijo o una hija homosexual. No por rezar más rosarios y pagar más penitencias se tienen menos probabilidades de tener un heredero gay. Esas no son las estadísticas de la naturaleza.

Hace poco, por un trabajo periodístico, entrevisté a varias madres de hijos homosexuales y muchas coincidieron en que la homofobia es el principal temor que las acecha cuando saben que su hijo es gay, por sus mentes pasan los horrores por los que puede pasar por cuenta de la presión social y sufren horriblemente porque saben que el ser a quien más aman puede ser agredido físicamente, incluso saben que puede ser asesinado.

Los padres con los que hablé coinciden en que la relación de ellos con sus hijos es definitiva para que se sientan más fuertes a la hora de hacerle frente a la homofobia. Para algunos de ellos el proceso de aceptación no resultó fácil, por fortuna muchos lograron atravesar el momento de dudas y sorpresa para finalmente entender que la homosexualidad no es una maldición, no es un defecto y no es contagiosa. Muchos, además, ampliaron su concepción de Dios y entendieron que el amor divino incluye a todos los seres humanos. Lo más amoroso es que muchas de estas madres confesaron que intuían la homosexualidad de sus hijos desde que eran muy pequeños, desde que eran niños. Sí, desde la infancia.

Tal vez estos niños homosexuales fueron rechazados como pueden serlo otros niños: el de los anteojos muy gruesos, la niña con los kilos de más, el muchacho muy bajito, la pequeña con los dientes muy grandes, el que no aprende tan rápido como los otros, el que tiene dificultades con las matemáticas o el que ama pintar y odia jugar fútbol, y todo ellos están protegidos por los manuales de convivencia, existen castigos y normas claras que aquellos que ofenden a los demás por el simple hecho de ser como son. Pregunto, ¿no merecen lo mismo los niños y los muchachos homosexuales?