Creo que la felicidad se acerca más a descubrir que después de todo sí es posible encontrar, con todo lo que implica el proceso: conflictos, tristezas, miedos, inseguridades, desapegos, llantos, incertidumbres, hallazgos, liberaciones y esencia. Tal vez eso es lo que más quiero que mis hijos entiendan, que aprovechar la vida significa permitirle que nos transforme.
No creo que la felicidad sea algo que se tiene o no se tiene, creo más bien que es algo que uno está dispuesto a descubrir y todo comienza con el viaje hacia el interior de uno mismo.
Creo que podemos aprender de a poco y, si somos conscientes de ese aprendizaje, habremos logrado palpar el sentido de la vida.
Quiero que mis hijos entiendan que tienen todo el derecho del mundo a ser exitosos y millonarios si esto es lo que les depara la vida, porque creo que eso no es ni trascendental ni importante, creo que más bien es divertido y reconfortante, y que sin duda proporciona bienestar y satisfacción. El punto realmente importante es que no se van a gozar todo esto que les regale la vida si no son capaces de vivirlo con una actitud que diga algo así como “ok vida, aquí estoy y estoy dispuesto a que hagas en mí los cambios que necesito para ser más humano y compasivo”.
Quiero decirles que he aprendido a gozarme la vida con serenidad cuando he dejado que cada cosa tome su tiempo, que cada situación, conflictiva o no, que cada dolor, intenso o no, dure lo que tiene que durar. Y esto no significa asumir la vida con los brazos cruzados, todo lo contrario, significa estar dispuesto a aprender lo que toca aprender. Es un poco como decir, listo, tengo un trabajo desastroso y la única forma de sobrellevarlo es entender que todo esto tiene una misión en mí y estoy dispuesta a dejar que esa misión se cumpla, mas no por eso dejo de buscar un nuevo empleo. Es poner de nuestra parte para ayudarle a la vida a que haga lo que tiene que hacer.
No podré impedir que mis hijos tengan experiencias dolorosas, no podré evitarles todos los fracasos ni desasosiegos ni dolores y tendré que ser paciente y amorosa mientras ellos atraviesen esas dificultades, porque a veces la vida los llevará a viajar por mundos subterráneos, oscuros, y solo a ellos les quedará la misión de entender para qué han viajado hasta esos mundos, qué es lo que han debido aprender en nombre del amor. Cuando vean la luz, se sentirán transformados si no le han puesto resistencia a lo que les ha tocado vivir. Quiero que entiendan que la resistencia solo causa desgaste, estrés y endurece el corazón. En cambio, cuando uno se entrega a lo que la vida le trae, bueno o malo, y con todas las emociones que lo acompañan, es posible no solo descubrir nuestra esencia sino potencializarla. Si tan solo pudiéramos aceptar, seguramente tendríamos mayor capacidad para actuar acertadamente, con serenidad y paz. En parte, de esto también se trata la vida, de poder mirar las cosas de frente y nombrarlas, así nos cueste trabajo.
Quiero decirles a mis hijos que no le teman a mostrarse como son, que no se crean más ni menos que otros, porque tanto la falsa humildad como la arrogancia endurecen el alma y el corazón, impiden estar en contacto con nuestra propia humanidad, con esa parte llena de amor e inocencia. Todos estamos hechos de esto y podemos recurrir a esta esencia en cualquier momento para reencontrarnos con nosotros mismos y aceptar a los demás. Quiero contarles a mis hijos que cuando uno logra salir de estos oscuros momentos y ver el amor al otro lado, siente una gran satisfacción, un gran alivio y fortaleza interior.
Quiero que ellos descubran que la fuerza no está en la imposición ni en la agresividad, menos en la superficialidad y en el poder temporal, la verdadera fuerza está en lo más profundo de nosotros, en ese espacio donde sabemos que somos capaces de intentar amar y perdonar, que es esto lo que nos permite andar seguros en la vida, porque cuando nos llenamos de rabia y rencores, somos infinitamente vulnerables, todo lo que nos produce esas dos emociones nos posee. Le entregamos a esas personas o situaciones que nos generan malestar el poder sobre nosotros mismos, nos hacemos totalmente débiles.
Quiero que sepan que son libres de preguntarse por lo desconocido, de atreverse a caminar por tierras movedizas, que no le teman a dejar su seguridad para ensayar algo nuevo cuantas veces quieran. Sí, quiero que entiendan que todas sus preguntas son válidas, que todas sus búsquedas tienen sentido y que las verdaderas respuestas serán las que ellos poco a poco encuentren en el camino. Quisiera poder ser una madre que deje lecciones de vida, pero que no por ello les impida encontrar las propias. No puedo recorrer por ellos sus caminos, no puedo adelantarme y limpiarles al recorrido. Solo puedo estar ahí y dejar un rastro como ejemplo.