Nunca como durante los días que han pasado desde que se sellaron todos los acuerdos en La Habana he escuchado y leído tantos enfrentamientos agresivos y ofensivos entre quienes viven en las ciudades por sus diferencias entre el ‘Sí’ y el ‘No’. Ambos lados están furiosos, irritables y se muestran incapaces de entender los argumentos del otro.
No parece una forma muy sana de empezar a convivir con quienes tienen ideas distintas a las nuestras. Unos son guerrilleros y asesinos por aprobar el acuerdo y los otros son unos violentos y guerristas por condenar al país al fracaso, y la verdad es que leer los textos de La Habana en detalle no es lo que calmará los ánimos ni nos enseñará que en una sana democracia todos tenemos derecho a concebir y a expresar nuestras concepciones políticas sin estar expuestos a la violencia.
Los hechos son los mismos para todos: el dinero entregado a los guerrilleros, las curules en el Congreso, la cantidad de hectáreas que se acordó repartir. El problema es que no somos capaces de expresar con cordura que para unos los números que acompañan estos puntos del acuerdo son razonables y para otros, indignantes.
Ambos lados se revelan como unos abanderados del bien y con ínfulas de superioridad moral sobre al otro, como si cada uno fuera el dueño de la verdad y por eso tuviera el derecho a mandar y a pisotear. Todo esto no es más que el reflejo del rencor que ha dejado la intolerancia y la imposibilidad que tenemos para convivir con el vecino sin tirarla la puerta en la cara, esa misma agresividad que se vive en las esquinas, en el transporte público, al manejar en las calles de las ciudades, en las filas de los supermercados, en cada uno de esos actos cotidianos que se vuelven agotadores por el desgaste que implica vivir a la defensiva.
Tanta furia y polarización me producen miedo, me hacen pensar absurdos como que se firme o no el acuerdo este país está expuesto a un monstruo oscuro y siniestro que puede aparecer en cualquier momento y generar una nueva violencia que no conocemos. Esta idea me produce pánico, porque resulta inimaginable llegar a horrores peores de los que hemos vivido. Solo deseo que mis ideas sean solo producto del miedo y ojalá los debates viscerales y no racionales que estamos viviendo no existan más allá de las palabras, ojalá estas se queden escritas y jamás se traduzcan en nuevas muertes producto del odio y de la furia que nos corroen por dentro.