No creo que el candidato republicano que aspira a ser el presidente de Estados Unidos pierda muchos votos por cuenta de sus palabras sobre las mujeres y lo que cree que puede hacer con ellas por ser poderoso. Tampoco creo que lo afecten en las urnas los testimonios de aquellas que revelaron haber sido abusadas por él.
Muchos de sus votantes y de los políticos que lo apoyan son como esos personajes poderosos que nos han mostrado por años en los libros y en las películas de historia siempre rodeados de mujeres, dueños de sus destinos, sus cuerpos y sus vaginas, las mismas que Trump considera que puede manosear sin autorización.
Tan es así la imagen de los que mandan que ahora que Barack Obama está próximo a dejar la Casa Blanca, muchos medios de comunicación de Estados Unidos registran su buen comportamiento, porque no se le conocieron infidelidades durante sus dos mandatos, porque siempre besó y abrazó a su esposa en público, porque rodeó a sus hijas. Hechos como estos, que deberían ser el común denominador, se registran hoy en la prensa como noticia precisamente por ser excepcionales.
Lo paradójico es que Hillary Clinton tuvo la oportunidad de cambiar las relaciones de los poderosos con las mujeres. Otra cosa hubiera sucedido con la historia femenina si ante los escándalos de su marido con Mónica Lewinsky ella hubiera decidido que dejaba al presidente porque el respeto por sí misma estaba por encima del poder.
Pero no, no lo hizo, porque ella también quiere ese poder, el que está escrito para hombres que les han enseñado a las mujeres que es señal de inteligencia hacerse las de la vista gorda con los infieles, que deben dejarse tocar de más para acceder al poder y quedarse calladitas para que les giren el cheque.
Hillary no eligió escribir la historia a su manera, sino a la manera en la que hombres como Trump la han escrito por años, los mismos que han establecido un sistema judicial que no les cree a ellas cuando denuncian que las han violado, los mismos que han diseñado la educación para decirles a ellas que no son valiosas en sí mismas, sino por lo que pueden hacer con sus vaginas.
Por eso, porque Hillary no fue capaz de reescribir la historia de las mujeres cuando pudo expresarse con voz propia y no a favor del puesto de su esposo como presidente, hoy nadie cree que el mal comportamiento de un hombre con una mujer le puede costar ese poder que tanto ostenta. Por eso nadie va a castigar a Trump en las urnas y por eso nadie se pregunta qué le puede estar pasando a Melania Trump. Ella también podría reescribir la historia si castigara a su marido en público, pero no, al igual que Hillary hace años, está siguiendo un libreto, el necesario para mantener en el poder a hombres como Clinton y como Trump.