No siempre los días son gratos, no siempre la inminencia del mañana reconforta. A veces su proximidad me recorre el cuerpo con angustia, me recuerda que no quiero seguir, que todavía debo soportar y sacar fuerzas para buscar esperanza.

A veces el miedo me corroe y me recorre, me deja frente al abismo de la incertidumbre del día siguiente y me impide quedarme en un presente sereno y gustoso. La ansiedad crece y se personifica en palabras mal dichas, en respuestas inapropiadas que se repiten una y otra vez en la mente como voces que no encuentran sosiego ni agujeros negros en los cuales desaparecer.

A veces la angustia se trepa por mi espalda y salta hasta mi garganta para quedarse atada a expresiones entrecortadas, llenas de aire, de repeticiones y de sin sentidos.

A veces no es posible salir de esta intimidad que hoy me tiene atrapada y no me deja mirar más allá de mis vacíos, mis temblores y mi mandíbula tiesa e inconforme. Es entonces cuando la imperfección se crece y se vuelve montañas, cuando se pierde la perspectiva de los errores y estos se hacen gigantes e imperdonables.

Hoy no hay espacios para los niños abusados en Cali y la cínica respuesta de la arquidiócesis según la cual los padres también son responsables de la violación de sus hijos por no haberlos cuidado lo suficiente y haberlos entregado al cuidado de un sacerdote. Tampoco hay líneas para las campañas políticas de salpicaos los unos a los otros, y menos un asomo de sensatez capaz de dimensionar la era Trump en un mundo que decida hacerle frente.

Hoy no hay noticias capaces de ser comentadas ni analizadas porque la realidad me agrede, porque los continuos e impunes asesinatos de líderes sociales me recuerdan que no aprendemos de nuestra historia, porque el regreso de las amenazas de los paramilitares y el horror que están sembrando nos dicen que el pasado no se ha ido y porque desde las grandes ciudades el resto del país se mira con desprecio y eso si se mira.

La ansiedad y el miedo me miran de frente, me dicen que nada ha cambiado y me hacen sentir una vez más que en Colombia no hay mañana y que de haberlo, es aterrador, sin darnos más alternativas que sentarnos a esperar lo que sabemos que vendrá y que es inevitable.