Desde que comencé a publicar este blog en junio del año pasado, me ha sorprendido que muchos de los comentarios que hacen los lectores cuando no comparten mis opiniones son ataques personales relacionados con mi condición de mujer. Con frecuencia encuentro frases en las que alguien afirma que necesito un marido, que mis ideas son producto de la falta de sexo y un sinnúmero de adjetivos negativos sobre mi físico con los que buscan insultar.
Quiero dejar claro que no escribo este blog para que la gente únicamente apoye lo que digo, obviamente. Mal haría yo en estar en contra de las críticas y de las discusiones, por el contrario, eso es inherente a cualquier espacio de opinión, pero sí estoy segura de que este tipo de descalificaciones, que no corresponden a argumentaciones, jamás se las hacen a un hombre, nunca le dirían que sus ideas son producto de la ausencia de una mujer en su cama y tampoco escribirían despectivamente de su rostro para querer así invalidar lo que él opina.
Siempre he publicado todos estos comentarios, creo firmemente en la libertad de expresión y de opinión, tampoco me siento agredida con ellos, pero considero que estas frases son propias de hombres que nos subestiman y que creen que las mujeres definimos nuestro valor a partir de nuestro cuerpo y de contar con uno de ellos a nuestro lado. Creen, equivocadamente, que sus adjetivos negativos sobre estos aspectos anulan nuestros pensamientos, nuestras ideas o nuestra fuerza. Piensan que nada más allá de ser bellas nos está dado, que nada más nos está permitido.
Por fortuna las mujeres somos seres llenos de capas, sensibilidades y posibilidades, que hemos aprendido de la resistencia de nuestras generaciones pasadas y hemos recibido también los beneficios de sus luchas. Por eso, yo no quiero ser como los hombres y menos como aquellos que descalifican a los demás por su condición, como aquellos que se consideran superiores y con autoridad para humillar y agredir física y sicológicamente. Yo quiero ser quien soy y vivir mi feminidad en todo su esplendor. Creo que la verdadera igualdad nace de ser realmente libres, de decidir si somos esposas o no, si somos madres o no, si trabajamos, si nos dedicamos a los hijos, si viajamos y le damos la vuelta al mundo. Seremos realmente iguales cuando en todos los países se nos permita elegir la ropa que usamos, las relaciones que tenemos. Cuando no se nos mutile el cuerpo, cuando no se nos niegue el placer y cuando podamos elegir con quién y al lado de quién caminar.
Nos merecemos andar por la calle sin miedo a que nos acosen o nos violen, buscar un empleo sin que en las empresas definan el límite de nuestras capacidades y sin que los jefes crean que tienen derecho a nuestro cuerpo como supuesto pago por un futuro. Pero, sobre todo, nos merecemos vivir en un mundo donde podamos expresar lo que sentimos y lo que pensamos sin ser por eso agredidas ni disminuidas, donde podamos gritar que nos están maltratando y nos escuchen, donde no estemos condenadas al silencio, donde nuestras voces tengan eco y no sean minimizadas por el hecho de ser pronunciadas por una mujer, donde se acepte que decimos verdades, donde nuestros argumentos sean discutidos con más argumentos y no con insultos que solo buscan humillar y denigrar.