Tan solo tres años de vida fueron suficientes para conocer todo el maltrato, el abuso, la violencia y la tortura que puede infligir un ser humano. En el cuerpo de la pequeña que fue asesinada en el Tolima quedaron marcados todos los rastros del horror.

Ya el ICBF salió a pedir un castigo ejemplar para quienes cometieron estas atrocidades y la noticia ha sido divulgada en todos los medios. Ahora los ciudadanos deberíamos impedir que el caso quede en el olvido, deberíamos insistir para que las investigaciones y la justicia hagan lo que les corresponde, porque en este caso, a diferencia del de la niña de Chapinero en Bogotá, no existen uno padres con los cuales llorar, no existen unos adultos que nos recuerden el dolor, como tampoco un victimario de clase alta en quien desahogar la ira tenemos por dentro a causa de esta sociedad clasista y desigual.

En esta oportunidad tal vez guardamos silencio porque sabemos que el desamparo en el que vivió esta niña es producto de estas relaciones que se crean en Colombia desde el odio y desde la sinrazón, desde la reducción del otro a un objeto, por cuenta de un país que no ha logrado poner la vida como prioridad y ha hecho de la muerte una cotidianidad que no merece más que la indiferencia.

Esta no es la historia de la víctima de un hombre enfermo y desalmado que se la robó a su familia amorosa para maltratarla y abusar de ella hasta la muerte. La tragedia de la niña del Tolima es más similar a la de muchos menores de edad en este país que crecen en familias donde el desamor, los golpes y la violencia son el pan de cada día, donde los adultos encargados de su cuidado y de brindarles amor han perdido cualquier consciencia y usan su poder de adultos para acabar con la ingenuidad y la lealtad de la infancia. Este caso les recuerda a muchos sus propios dolores de infancia, los maltratos de padecieron y por los cuales aún sufren como adultos.

No será fácil mantener esta historia vigente por muchos días en los medios de comunicación ni propagar la indignación entre todos los colombianos, porque muchas familias no querrán reconocerse en esta tragedia ni aceptar que sus vidas se les parecen.