Con el triunfo de Emmanuel Macron como próximo presidente de Francia sentí un gran alivio, porque estoy convencida de que son mejores para el mundo los líderes que hablan de aceptación, de apertura, de libertad y de unión. Creo que haberle sumado al escenario global la presencia de Marine Le Pen habría sido fatal para quienes creemos que el racismo, el nacionalismo y los discursos radicales no generan bienestar sino odios y venganzas.
No siento el mismo alivio por los lados de la política colombiana. Si bien todavía falta para las elecciones del próximo presidente, es claro que la carrera para llegar a la Casa de Nariño está andando y que Álvaro Uribe ha comenzado a preparar con tiempo su estrategia para regresar al poder. Y en esta ocasión, al discurso de la guerra y de la pelea permanente, se ha sumado la falsa promesa de bondad y santidad que le ha dado al exprocurador Alejandro Ordoñez por ofrecerles a los colombianos. Un hombre que ha sido destituido por presunta corrupción, ahora se pavonea en reuniones políticas como el poseedor de la verdad y de las buenas costumbres, y detrás de él vienen los evangélicos y los cristianos.
Cada quien tiene derecho a sus creencias, pero lo que no nos puede suceder a quienes estamos lejos de estas es que tengamos que someternos a las leyes con las que ellos se adjudican una falsa superioridad moral.
Yo no quiero que los sacerdotes y pastores definan mis libertades humanas ni proclamen las leyes de convivencia social, no quiero que como mujer me obliguen a seguir al hombre, que nos corten los derechos que hemos ganado frente al aborto, que se les nieguen a los homosexuales sus igualdades ante la ley y menos que les prohíban a los hombres y mujeres solteros convertirse en madres o padres solteros. Con el tiempo, además, estas políticas terminan censurando las expresiones culturales y de las ideas, las manifestaciones públicas de la diferencia. Eso sería aún peor para un país en donde matan tan solo por pensar distinto. No quiero agregarle al racismo y al clasismo de Colombia el discurso permanente de la guerra, del no perdón, de la venganza y de la muerte. Ya bastante hemos padecido con la unión entre política y religión y la historia mundial nos ha mostrado cómo las batallas políticas que han librado las religiones han sido fatales para la humanidad.
Sí, dirán que mis preocupaciones son prematuras. No lo creo, Uribe es un hombre que planea a largo plazo, que define un punto fijo y hace todo para llegar a él, que voltea las palabras para hacerlas efectivas. Lo hizo con la campaña en el plebiscito de Santos por la paz y también ha comenzado a hacerlo ahora. Ya no quiere que a él y a sus seguidores los identifiquen con el “no” de ese momento, ahora quiere mostrarse como un atractivo y seductor “sí”.
Meses antes del plebiscito escribí que no se podía subestimar a Uribe y nuevamente lo repito. Su actitud de mesías es el mejor atractivo para todos estos grupos religiosos, para aquellos que le temen a pensar por sí mismos, para aquellos que necesitan creer en la imagen de un salvador en quien depositar todas las responsabilidades para negarse como individuos y respaldarse unos a otros con credos que les prometen que se puede vivir la vida sin incertidumbres, sin contradicciones, sin vacíos y dejando a un lado todo lo que no se les parezca y que los confronte.
Por eso es tan aterradora la organización que ha comenzado a gestarse en el Centro Democrático, porque tiene todas las opciones para ganar por su propia disciplina y porque quienes lo siguen caminan a ciegas creyendo que el de adelante ve por todos, porque no cuestionan y porque creen que lo que se debe hacer con quienes no son como ellos es rechazarlos, someterlos, quitarles la palabra y señalarlos como los grandes enemigos para que lo que ellos definen como el Bien, con mayúscula, pueda luchar contra todo eso que creen es el mal.
Siempre resulta más sencillo pintar los escenarios en blanco y negro, lo peligroso de esto es que no son reales y solo pueden generar un retroceso en nuestras libertades, sin imaginar lo que puede causar en un país donde la muerte se pasea en cada esquina y donde las noticias ya dan cuenta del incremento de los grupos armados de derecha.