Con todo lo que está pasando en el Chocó, más el paro de maestros, los asesinatos de líderes sociales, el crecimiento de tan solo un 1,1 % de la economía, no queda más que pensar que a este gobierno se le pasó el tiempo tratando de firmar un acuerdo de paz en La Habana mientras al país se lo consumían la corrupción, la pobreza y la violencia.
Las denuncias de malos manejos de recursos públicos en los municipios, con los alcaldes, con los gobernadores, con los dineros para la educación, con los alimentos para los niños, son reflejo de una administración que se dedicó a escribir una receta en Cuba sin haber hecho el mercado de los ingredientes en Colombia para poderla cocinar.
Por eso resulta difícil creer que la desmovilización de las Farc va a ser un éxito. Por un lado, los grupos paramilitares están regresando a las zonas de donde se movió la guerrilla sin que el gobierno hiciera un intento por recuperarlas. Y se están imponiendo con miedo y muerte. El gobierno se comió el cuento de que ya no existían y ahora guarda silencio y se queda quieto antes los asesinatos de líderes sociales en todo el país. Como si el presidente se siguiera moviendo únicamente en el mundo que conoce desde Bogotá, desde Londres, desde la Casa de Nariño, como si no hubiera entendido que lo que viven los colombianos lejos de las grandes ciudades es una mezcla de abandono con justicia privada sembrada a punta de miedo, más indiferencia, silencio y pobreza. Y sin justicia. Casi nada.
Con este panorama es imposible pedirles a los colombianos que voten, que se interesen por la política, que traten de elegir dirigentes honestos, que participen de la democracia. Aquí ya nadie cree en nada, cómo hacerlo. Los políticos, la justicia e incluso los empresarios los han dejado plantados más de una vez, los han robado y los han engañado.
Nada bueno puede surgir de un proceso de paz no planificado, que tanto Timochenko como De la Calle creen que se define en el Congreso y en las Cortes. No, este se debía sentir en las zonas de Colombia donde se ha librado la guerra y eso no está pasando.
Ojalá quien gobierne a Colombia después de Santos entienda que este enredo de anzuelos en el que se ha convertido nuestro tejido social exige mucho más que acuerdos para llevarlos al Congreso, que gobernar no consiste en responderle al Centro Democrático, tampoco en publicar buenos tuits, sino en decidir, organizar y, sobre todo, en defender la vida y no hacerse el de la vista gorda ante tanta muerte y tanta miseria.