Con el poco entusiasmo que generó la entrega de una cantidad de las armas por parte de las Farc y la baja popularidad del presidente Juan Manuel Santos, el hombre que logró firmar la paz con la guerrilla más vieja del mundo, no queda más que pensar que en este país este grupo armado era lo de menos. Muchos analistas advirtieron durante el tiempo que duraron las negociaciones en Cuba que un final feliz entre el gobierno y las Farc no sería la panacea y eso era claro para muchos colombianos, pero tal vez lo que no sabíamos todos era que debajo de esta guerra no había más que podredumbre.

Como será que hasta el mismo Álvaro Uribe, que siempre tiene que definir un enemigo porque solo puede vivir en el conflicto, dijo en Atenas que los problemas de Colombia son el narcotráfico, el crimen, el crecimiento de la minería ilegal y lo poco atractivo que es el país para la inversión extranjera. Ya no habló de las Farc ni del «castrochavismo».

No puede negársele al expresidente que cuando escoge un tema para volverlo su caballito de batalla es porque sabe que le dará réditos políticos, así el caballito sea cierto o imaginado, por lo tanto podemos suponer que comenzará a darle duro a la economía.

Como él, ya son varios los políticos que andan por ahí dando declaraciones como candidatos y que se han desligado del tema de la paz, tal vez porque no quieren terminar tan desacreditados como Santos o porque el futuro de las Farc está perdiendo puntos como instrumento para capturar votos. El mismísimo Ordóñez decidió vestirse de monje y presentarse como el candidato de la familia, lejos del político que le dijo no a todo lo que sucedió en La Habana.

Tal vez en unos meses a nadie le importe lo que pase con los exguerrilleros y seguramente cuando Santos ya no esté en la Casa de Nariño quedarán muy pocos hablando del asunto, dejando el posconflicto a la deriva con todas las consecuencias nefastas que esto pueda traer para el país, como las “Farcrim”, que mencionaba Juan Lozano en su columna.

Ante este escenario, yo le agradezco a Juan Manuel Santos el habernos quitado de los ojos la venda de las Farc que no nos dejaba ver más allá, para dimensionar el verdadero fango en el que se ha convertido Colombia. Pareciera ser que este país está tan inundado de crimen, narcotráfico y corrupción que la desmovilización del grupo guerrillero no hizo posible el asomo de esperanza.

Con la firma de la paz, Santos les ha despejado el camino a los siguientes políticos para que planteen la opción de un futuro distinto, para que miren el verdadero país en el que estamos viviendo y se atrevan a hacer campañas centradas en los problemas que no eran tan evidentes por cuenta de un enemigo que lo copaba todo. Y miren que Uribe ya empezó.