No veo por qué nos extraña tanta corrupción. ¿Qué creíamos? ¿Que como era poquita no iba a pasar nada? ¡Pero si tan solo se trataba de pagarle al policía para evitar el parte o pasarle unos pesitos al funcionario público para agilizar la vueltica! No era más.
Claro que es mucho más, porque no hicimos nada para detenerla a tiempo y ahora pagamos la consecuencias. Desde hace años sabemos que los contratos y las licitaciones se ganan en Colombia pagando para ello y también tenemos claro que muchos jueces cambian sus fallos de acuerdo con los montos de los billetes. No entiendo a qué vienen ahora estas rasgaduras de vestiduras en los medios de comunicación, en las columnas de opinión, cuando por mucho tiempo la gente del común sabía que para conseguir algo en este país tenía que pagar una plata extra, pero nadie escuchó y quienes tenían la capacidad para tomar decisiones o cobraban por ellas o creían que esas denuncias eran nimiedades.
Ayer en este diario, por ejemplo, publicaron que una entidad pública pasó de un partido a otro y lo leemos como algo normal, como si de verdad estuviera bien que los puestos que deben estar en manos de verdaderos servidores públicos queden siempre ocupados por amigos de los políticos y sus aliados. Estaríamos un poco mejor si la noticia hubiera sido la indignación porque las entidades públicas tienen dueño y no nuestra complicidad para convivir con ello.
Desde que el narcotráfico impregnó nuestra cultura y matar a alguien se convirtió en un trabajo pago y frecuente, la corrupción comenzó a impregnarlo todo sin que se hablara duro, y esta costumbre de comer callados le ha permitido al dinero que lo compra todo circular sin límites con la complicidad de dirigentes, políticos, empresarios y ciudadanos.
La plata ha hecho su festín en Colombia y no por poca o mucha sino porque una gran cantidad se ha obtenido ilegalmente y de la misma forma ha pasado de unos a otros, pagando o pidiendo favores. Ahora nos estamos diciendo que esta vez la corrupción sí está desbordada; ajá, como si en este país no hubiéramos vivido un proceso 8.000. Nos hemos dicho muchas mentiras, como que esta es una democracia, claro, con armas y chantajes de por medio; que los colombianos eligen a sus presidentes, sí, con abstenciones que rondan el 40 por ciento; que las reformas tributarias son para disminuir el hueco fiscal, cómo no, con todas las mermeladas y los robos en el sector público.
La verdad es que en Colombia existen dos países: el de quienes deciden y tienen plata o poder, y el resto. Y el resto hace mucho que está harto de la corrupción, lo que pasa ahora es que esta llegó a esa otra parte de Colombia en una dimensión tal que es imposible quedarnos callados. Por lo menos eso tiene de bueno lo que nos está pasando, que algo se está haciendo público y no todos los trapos sucios se están lavando en casa.