En tan solo 8 meses, en TransMilenio me abrieron una vez la cartera y me robaron, en la segunda lo intentaron y no lo lograron y en la tercera me rajaron el bolso y me bajé antes de que lo vaciaran. “Estuvo de buenas”, me dirán muchos. Y yo responderé indignada que ya no más, que no nos podemos seguir contentando con la suerte que nos salva de que el cuchillo con el que cortaron mi cartera no haya llegado a mi cuerpo o la fortuna que evitó que se matara en el bus la señora embarazada que iba de pie o el ángel que impidió que a una mujer la violaran.
No, ya no más. Uno sale a las calles de Bogotá como si fuera para la guerra. Esta ciudad es insegura, congestionada, agresiva y la gente camina con furia, dando golpes, echando madrazos y sin consideraciones de ningún tipo. Aquí va primero quien puede y el resto que se joda.
Ya no importan las discusiones sobre el metro, sobre el Sitp, sobre los humedales, sobre la contaminación. No. Ya no más discusiones. Es hora de que alguien haga algo real y contundente por esta ciudad. No puede ser que unos hombres vestidos de cono en la calle 72 sean una herramienta seria para arreglar algo en Bogotá. O que una campaña pendeja sobre cómo todos pagamos el pato solucione el caos en TransMilenio. ¿Es que acaso al colado le importa que todos paguemos el pato? Pues claro que no, a él lo que le interesa es no pagar él. ¿O que tal la música en las estaciones? ¿Será que con esas melodías roban menos y los buses pasan más rápido y vacíos?
Hace mucho que quienes vivimos en Bogotá nos cansamos de juegos, mimos y notas de buena conducta. Con toda la plata que se robaron con el famoso carrusel de la contratación no creo que nos conquisten con jueguitos y caritas sonrientes. Ahora queremos saber que no nos van a estafar y que sí es posible ejecutar, pero por cuenta de polarización del país que se ha trasladado a la capital, la visión de ciudad que queremos todos ya no existe. Aquí ya cada quién tira para su lado y no hay un objetivo común. La falta de liderazgo alrededor de los temas de Bogotá es evidente.
Y las escenas que da esta ciudad son muy dolorosas: un niño de no más de 3 años, llorando, caminando prácticamente dormido de la mano de un hombre que le grita que se mueva para mostrarlo como el mejor premio para que le den limosna. Un anciano que sientan en una esquina, al vaivén del sol y de la lluvia, en silla de ruedas, con tanque de oxígeno para que le tiren billetes y monedas. Mujeres indígenas que amantan a sus hijos de un año sentadas en cualquier parte, donde cayeron rendidas y descalzas. Y no son imágenes ocasionales, son tan frecuentes que ya nadie las mira.
Al igual que en el resto del país, si no aparece un político de esos escasos en Colombia, que sea honesto, que piense en los ciudadanos y nos convoque, vamos a quedar todos metidos en el profundo hueco que deja el enfrentamiento entre dos bandos políticos. Y de ahí no hay quien nos saque. Es hora de que los bogotanos utilicemos con inteligencia la herramienta que nos deja la democracia: o aprendemos a votar o aquí nos quedamos todos enterrados, furiosos y matándonos unos a otros.