No me gusta Gustavo Petro. No comparto sus ideas y considero que tiene más aires dictatoriales que democráticos, pero entiendo perfectamente por qué anda encaramado en las encuestas.
Las noticias de las últimas semanas son tan solo un mínimo reflejo de las causas que están llevando al político a liderar las apuestas. Basta con mirar la desigualdad social y la injustica que revelan.
Este es un país en el que el horrible asesinato de cerca de 100 líderes sociales no importa para el gobierno, pero sí el horrible intento de homicidio de una mujer embarazada en uno de los barrios de la gente más rica de Bogotá.
Es un país donde la aterradora confesión de una periodista reconocida que fue violada por un hombre poderoso se roba la atención de los medios, mientras las demás mujeres que han denunciado ser brutalmente abusadas sexualmente nunca han sido dignas de ser miradas.
Es el segundo país más desigual de la región, según información publicada en este diario, donde el 1 por ciento más rico de la población concentra el 20 por ciento del ingreso.
Y contamos con una clase dirigente que sigue siendo totalmente insensible a los dolores de los otros, a la pobreza, el hambre y que se sigue robando la plata de nuestros impuestos sin que jamás paguen por ello.
La gente que se ha sentido olvidada en este país está cansada. Quiere un cambio y quiere elegir a alguien que aparentemente simboliza una nueva forma de ejercer el poder, un político que bajó la tarifa del pasaje de TrasnMilenio en Bogotá, que defendió una cantidad mínima de agua por la que no se pague, que se enfrentó a la oligarquía y habló por los pobres.
Y su discurso es lo que gusta, no solo que se muestre diferente a los otros, porque según explicaron varios analistas en los medios de comunicación sobre las encuestas de la semana pasada, los votos de Claudia López y de Robledo se fueron para Petro.
Al parecer, las aguas tibias de Fajardo no son del todo convincentes.
El lunes, por ejemplo, Petro firmó el Pacto de la Decencia con sus candidatos al Congreso para que sean disminuidos los privilegios a los congresistas y, por ejemplo, aporten el 30 por ciento de sus ingresos a un fondo para luchar contra la corrupción.
Todos sus políticos están en Lista de la Decencia.
Y la clase dirigente se sigue preguntando por qué será tan popular. Si tan solo sus miembros leyeran uno que otro comentario de sus seguidores en redes sociales entenderían el auge de Gustavo Petro. Estos tres ejemplos que copié de las primeras entradas de su página de Facebook son elocuentes.
“Petro, el mejor candidato para la juventud de este país, el mejor candidato para el futuro de esta Colombia tan acabada por la violencia y la oligarquía que no quiere que los pobres progresen”.
“Gente que sabe la historia de nuestro país, la mierda que hemos comido y que quiere un cambio para una Colombia mejor”.
“La alegría de saber que no se paga un peso a los asistentes para llenar una plaza pública, que no son empleados de empresas que obligan a que apoyen a este candidato, que son gente que no se vende, gente digna, decente, el pueblo colombiano se reúne por la esperanza de que es posible una Colombia Humana”.
Mi candidato es Humberto de La Calle. Me pregunto entonces, ¿será que Uribe sigue creyendo que su enemigo era Timochenko y que lo mejor era no firmar el acuerdo de Paz? ¿De verdad cree que el país está dividido todavía entre los del «sí» y los del «no»?
Opino que los avances de Petro en su campaña revelan que lo que sucede en Colombia es mucho más complejo y lo grave es que el candidato de la Colombia Humana no rechaza a Nicolás Maduro, no lo critica por dictador ni por acabar con la democracia.