Ojalá Colombia tuviera siquiera un senador como José Mujica. Entonces, creería que hay alguien honesto y sabio en la política de mi país.
José Mujica puede ser el único presidente loco que tenga el planeta, y digo “loco” porque es el único que hace y dice cosas que no hacen parte del comportamiento “normal” de los presidentes de los 194 países que hoy conforman el mundo.
Es un anciano de 79 años, “reumático” como el mismo se describe. Fue elegido presidente de Uruguay en el 2010 y hasta el momento no se le conocen vínculos de corrupción, familiares envueltos en contratos del estado, dineros en paraísos fiscales o medios de comunicación a su nombre. Él es considerado el presidente más pobre del mundo por donar el 90% de su salario; un viejo loco que no aceptó vivir en la casa presidencial e hizo de ella, por unos días, un refugio para personas pobres; y un ser humano que rechazó a ojos cerrados una oferta de un millón de dólares por su carro, un Volskwagen Fusca de 1987.
A Mujica no le da pena decir que es guerrillero, o bueno, que fue guerrillero, pero no como los sinvergüenzas que hay en nuestro país. Perteneció al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros que se resistía armado a las políticas económicas del gobierno de los años sesenta. Su juventud insurgente y rebelde le dejó 6 cicatrices por heridas de bala, 15 años en prisión, 2 intentos de fuga y una década de amenazas de ejecución por parte de la dictadura militar.
“Pepe”, como también se le conoce de cariño, se casó con Lucía Topolansky, también exguerrillera y actual senadora. Nunca tuvo hijos porque, según él, se dedicó a “cambiar el mundo”, ese mundo que para él era Uruguay, un país de más de 3 millones de habitantes del que poco se sabía y se escuchaba en Colombia hasta que él llegó a la presidencia.
Y es que en tan solo 4 años, el “anciano reumático”, ateo y socialista hizo lo que se propuso desde su juventud; en aproximadamente 1.800 días de mandato presidencial, “cambió el mundo” y le dio una lección de gobernanza, inclusión social, honestidad, humildad y sabiduría a los presidentes del mundo, pero en especial a esos de izquierda que tienen jodidos a varios países de Latinoamérica, confundiendo la democracia con el totalitarismo y la oposición con el terrorismo.
Al presidente de Uruguay no le interesa quitarles a los ricos lo que tienen, ni que todo el mundo tenga lo mismo (“como en Cuba”). Para él, cada uno debe tener lo justo; el que se esforzó por estudiar y hacer más dinero, merece más, pero no puede pretender hacer una fortuna a costa de la explotación de otras personas.
Hoy, Uruguay no es más ese pequeño territorio desconocido y confundido entre Argentina y Brasil; hoy, es un país que se destaca por tener los índices más bajos de corrupción de la región, y un pionero en DERECHOS HUMANOS por priorizar su atención en los más pobres con políticas de vivienda social; por haberle dado a la mujer el derecho sobre su cuerpo al despenalizar el aborto; por haber reconocido que las parejas del mismo sexo tienen derecho a casarse y a formar una familia; y por haber empezado una lucha contra las drogas quitándole el negocio de la marihuana a los delincuentes y controlando su consumo y distribución desde el estado.
Y si lo mencionado anteriormente no es suficiente para afirmar que está “loco”, cómo explicarse que un presidente se dé el lujo de decirle a un medio de comunicación que rechazaría el Premio Nobel de la Paz sin pensarlo dos veces; o en un discurso en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible, que la crisis del medio ambiente no es ecológica, sino política; y que el primer elemento en la lucha del medio ambiente debe ser la felicidad humana.
Pepe Mujica es el presidente que le envidio a los uruguayos, porque antes de ser un exguerrillero, un socialista, un político, un presidente o un luchador social, es un SER HUMANO.
Al lector: No trabajo para Pepe Mujica, ni su gobierno me pagó para que escribiera sobre él.
Por: Andrés Gutiérrez
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*Corrección de estilo y ortografía: Juan Manuel Almanza