Siempre he creído que las etiquetas partidarias son la mejor estrategia para mantenernos alejados de nuestros verdaderos intereses como sociedad. Mientras nos ocupamos obsesivamente en querer darle de baja a un presidente para envestir, de nuevo, a su antecesor, olvidamos que el pasado no era mejor que el ahora, y que el ahora es un maquillaje miserable de lo que siempre hemos tenido.
¿A cuenta de qué, como ciudadanos, manchamos nuestra dignidad y honestidad defendiendo a un partido político o a uno de sus bellacos caudillos? Colombia y sus habitantes no les deben NADA a los líderes que, elegidos democráticamente, han “trabajado” para ella. El país no le debe un solo centavo a sus presidentes; todos han recibido su salario y además, cuentan con dineros extras de favores políticos y ayudas a sus empresas en licitaciones del Estado. ¡Y por favor, esto no es una revelación! No nos digamos mentiras.
Los verdaderos deudores de la patria son los presidentes. Ellos son los que han pasado dejando un poquito más de lo mismo: un tanto de violencia, otro tanto de corrupción, alguito menos para los pobres, alguito más para los de la rosca, unas migajas más de salario mínimo, una salud no pública, y una deuda externa que nunca acabaremos de pagar.
Y entonces, ¿por qué ponemos como un gran ejemplo a un timador para criticar a otro de su misma calaña? ¿Por qué ignoramos las fechorías de uno para señalar campantemente las del otro? ¿Por qué nos insultamos entre nosotros mismos para defender al amangualado con las FARC o al padrino de las Autodefensas? ¡NO SEAMOS HIPÓCRITAS! La justicia no es un castigo divino para el que habla paisa o cachaco, y aunque el aparato judicial de nuestro país hace rato haya sacado la mano, por lo menos nosotros, los ciudadanos, deberíamos ser justos y consecuentes con nuestro apoyo.
Ni uribista, ni santista, ni de ninguno de sus partidos aliados. Yo no quiero enlodar mi nombre con los seres humanos descuartizados y los que fueron abatidos disfrazándolos de guerrilleros. Mucho menos soy cómplice de desmovilizaciones ficticias y acuerdos de impunidad. Sin embargo, tampoco soy apolítico y no me voy a quedar callado. Yo propongo que les demos a todos con el mismo rejo.
Nada le hace más daño a Colombia que le vendamos nuestra alma a un partido o a un cabecilla. Nada nos aleja más de esa sociedad pacífica con la que soñamos que endiosar a un bandolero para azotar a un malhechor. Aquí no hay ningún “mejor presidente”. Aquí hay un show de talentos para el que mejor sepa aprovecharse de los dineros públicos y de la guerra y así, ganarse el aplauso fariseo de nosotros, los cándidos colombianos.
Por: Andrés Gutiérrez
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Corrección de estilo y ortografía: Juan Manuel Almanza