Aracely Daza vive con el corazón en la mano desde hace 5 meses. Y no es para menos, su hijo del medio, Nelson, salió de su casa, en Bogotá, el 4 de agosto de 2016 y disque con la idea de llegar pedaleando hasta la Antártida.
Desde que su hijo partió, no hay día que no lo tenga presente en sus oraciones, y cada vez que se sirve un plato de comida, no puede evitar pensar en el hambre que él puede estar pasando, al lado de la carretera, en algún país de Suramérica.
A simple vista, Nelson parece ser un bogotano común y corriente, de 27 años, un poco introvertido y quizá bastante reservado. Sin embargo, por su sangre corre la necesidad de viajar y aventurarse a lugares paradisiacos. Esta no es la primera vez que huye de su casa a un lugar lejano. Hace 5 años, estuvo en Naknek, un pueblo inhóspito en la Península de Alaska y en 2014 viajó a Brasil en barco por el Río Amazonas, desde Leticia hasta Manaos, en busca de poder asistir a alguno de los partidos del Mundial de Fútbol.
Y fue precisamente en ese último viaje donde se le metió la idea de viajar en bicicleta. Estando en Brasil, Nelson pasó uno de los momentos más felices y más tristes de su vida. Su aventura le trajo la fortuna de llegar hasta Río de Janeiro y asistir al partido de Colombia Vs. Uruguay en uno de los estadios más famosos del mundo: El Maracaná. Sin embargo, días después, en la final del Mundial, recibió la noticia de que su padre había fallecido.
Todos los planes que tenía en el país suramericano se vinieron abajo, entre ellos el sueño de conocer los Lençóis Maranhenses. Nelson tuvo que comprar un vuelo de última hora y regresar a Colombia para enterrar a su padre y buscar trabajo para pagar las deudas que le dejaron la calamidad.
Pasaron dos largos años de su vida, en los que se la pasó yendo y viniendo, del trabajo a su casa, en bicicleta; esperando a tener el dinero suficiente para cumplir su sueño de conocer el Polo Sur. Entonces, faltando algunos meses para empezar su gran hazaña, pasó la carta de renuncia a la empresa para la que trabajaba; comentándole a sus jefes y compañeros que el motivo de la dimisión era porque se iba a recorrer el mundo en bicicleta.
Nadie le creyó. Nadie se imaginó que debajo de la imagen de un ingeniero industrial se escondiera el perfil de un aventurero empedernido, dispuesto a vivir, durante 8 meses, con un presupuesto de $6 dólares diarios (aproximadamente $20.000 pesos colombianos), a dormir en carpa al lado de la carretera y a pedalear golpeado por un sol inclemente y tormentas repentinas.
Nelson, se baña cada que puede, en alguna estación de gasolina, en una estación de bomberos o en la casa de alguna de esas personas que intenta cambiar el mundo hospedando gente a cambio de un intercambio cultural. Cuándo tiene hambre va algún restaurante casero para negociar el precio de una porción de arroz, fríjoles y, algunas veces, carne. Su presupuesto es estricto, pero confiesa que algunas veces se da el lujo de tomarse unas cervezas cada vez que supera las “etapas” que él mismo se marcó en el mapa.
En lo que lleva recorrido ha pasado por el Amazonas, el Noreste de Brasil, Río de Janerio, São Paulo, Iguazú, Paraguay, Buenos Aires y ahorita mismo se encuentra pedaleando por La Tierra del Fuego, a tan solo unas horas de Ushuaia, la última ciudad al sur del continente americano, a 9.400 kilómetros de su casa.
Su sueño es llegar a la Antártida, una hazaña que puede que no cumpla debido a su ajustado presupuesto y las restricciones que existen para viajar al sexto continente. Sin embargo, este ciclista aficionado ya le perdió el miedo a la incertidumbre y a todo lo que la gente le dijo que era casi imposible de realizar.
Nelson Manrique Daza no quiere batir ningún record, ni busca ganar fans o seguidores en Facebook. Este es su proyecto de vida a corto plazo: llegar al fin del mundo, sentarse en algún lugar al lado de su bicicleta y dejarse deslumbrar por el paisaje. De regreso, le esperan meses pedaleando por la vía Panamericana; pueblos, ciudades y lugares tan o más deslumbrantes de los que ha visto hasta ahora.
En Colombia, lo espera la vida motona que lo asfixiaba y lo empujó a querer vivir con austeridad, pero con miles sorpresas y aprendizajes diarios. Buscará trabajo y puede que pasen algunos años hasta que vuelva a pedalear a algún lugar lejano, pero si hay algo seguro: es que volverá a montar su bicicleta para escapar las veces que sea necesario.
Por: Andrés Gutiérrez
Il-Belt Valletta, Malta. Noviembre 2016
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