Juliana Restrepo ama viajar y conocer lugares mágicos de la naturaleza: «Aunque vivo enamorada de las montañas y cafetales de mi tierra, el sitio más increíble donde he estado es la Antártida».

Entrevista a Juliana Restrepo (twitter: @juliana_revi), egresada de Comunicación de la Universidad de la Sabana, comprometida con la protección del medio ambiente. Esta joven manizaleña es el paradigma de una nueva conciencia ecológica que impulsan muchos jóvenes para reducir el impacto ambiental y mejorar la huella ecológica.

La legislación colombiana, aunque lentamente, ha ido avanzando en el compromiso y defensa de la naturaleza. La prohibición de animales silvestres en circos, la indignación ante el trato que reciben los caballos en la ciudad amurallada de la bella Cartagena y los programas de algunas ciudades  para el reemplazo de vehículos de tracción animal son algunos síntomas de que algo está cambiando. La ley 84 de 1989 penaliza en Colombia el maltrato animal. Sin embargo, para Juliana Restrepo, este Estatuto Nacional de Protección de los Animales es uno de los más vergonzosos ejemplos que tenemos de leyes amañadas, para privilegiar a una minoría que encuentra cultura y diversión en las corridas de toros y que favorece los intereses económicos de unos pocos.

PREGUNTA.- ¿Cómo está Colombia en cuanto al maltrato animal?

RESPUESTA.- Me ha llamado la atención encontrar en los últimos días muchas noticias de actos de crueldad contra los animales, lo cual demuestra que nos falta todavía mucho: nos falta más consciencia y respeto hacia estos seres vivos y a nuestro sistema judicial más capacidad para penalizar el maltrato. Pero esto también prueba que cada día más personas reconocen los derechos de los animales y se indignan con estos hechos; estas maneras de pensar lentamente van transmitiéndose entre los ciudadanos, hasta llegar a generar grandes cambios.

Basura y aves en una isla peruana no habitada por humanos. Nuestros desechos viajan miles de kilómetros. 

P.- ¿Puede dar un ejemplo?

R.– Hace unos meses vimos en los noticieros y redes sociales el video del brutal ataque a un toro en una corraleja en Turbaco, Bolívar. Las personas que agredieron al toro tal vez nunca en su vida se habían cuestionado si un animal siente dolor o no, si maltratarlo está bien o mal. Tras verse en televisión, y además ver la indignación que causaron, estas personas seguramente tendrán que cuestionarse qué hicieron mal y tal vez en un futuro, al menos algunas de ellas, no vuelvan a ser parte de acciones como esta. Esto a su vez llegará a muchas más personas que, aunque no hayan participado en el evento, también empezarán a pensar cómo deben ser tratados los animales.

P.- ¿Por qué se produce el maltrato animal?

R.- Desde mi punto de vista, hay dos razones principales. La primera es la ignorancia o falta de consciencia hacia los animales como seres sintientes. Muchas personas no saben, por ejemplo, que los vertebrados tienen un sistema nervioso central muy parecido al nuestro. Este es un dato probado por la neurobiología, pero no hay que ser un científico para saberlo, basta observar a un animal cuando siente dolor para darnos cuenta lo parecida que es su respuesta cerebral a la nuestra (gritos, llanto, pupilas dilatadas, miedo, huida de la fuente de dolor, etc.).

P.- ¿La segunda razón?

R.- La falta de compasión, que es causa también de la mayoría de los problemas de nuestro país. Algo anda mal en una sociedad que sabe que un animal siente dolor y miedo, pero aún así decide hacerle daño únicamente por diversión o excusándose en un débil argumento de tradición o herencia cultural y digo débil porque la tradición no es excusa para la crueldad; las sociedades deben evolucionar aboliendo las costumbres basadas en el maltrato o como dijo Gandhi, «la grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por la manera como trata a sus animales».

P.- ¿No es exagerado lo que dice Gandhi? ¿Acaso tienen el mismo valor un ser humano, un animal, una planta o una piedra?

R.- Yo no hablaría de valor, sino de consciencia. El ser humano tiene la corteza cerebral más desarrollada, por eso, posee algunas cualidades cerebrales que no comparte con otros seres y un nivel de consciencia más alto. Los demás animales tienen cerebro y sistema nervioso, por lo cual, aunque no tengan el mismo nivel cognitivo que los humanos, son capaces de procesar dolor y emociones. Las plantas, por su parte, no tienen cerebro, por lo tanto, no se puede asegurar que sientan de la manera en que lo hacemos nosotros, pero sí que presentan respuestas fisicoquímicas a estímulos ambientales. Y la piedra se diferencia de los anteriores en que no es un ser vivo. A pesar de estas diferencias, todos los seres bióticos o abióticos cumplen alguna función importante a nivel global.

El mero ha entrado en la lista roja de animales a punto de extinguirse y, sin embargo, se sigue ofreciendo en muchos restaurantes. 

P.- ¿Qué recomienda para reducir el maltrato animal y el impacto ambiental?

R.- Lo más importante es que empecemos a preguntarnos qué hay detrás de las cosas que hacemos y consumimos cada día y qué impacto genera cada una de nuestras acciones. En manos de nosotros los consumidores están las soluciones, pues las empresas responden al mercado. Nosotros decidimos, por lo tanto, si con nuestras compras financiamos o no a empresas irresponsables ambiental y socialmente, a marcas de cosméticos que hacen experimentos crueles con animales, a restaurantes o productos que venden especies en peligro de extinción, a espectáculos de maltrato como circos o corridas, etc. Aplicar este cuestionamiento a todas nuestras acciones, no solo de consumo, acompañándolo de cambios de hábitos donde sea necesario, puede cambiar de manera muy positiva nuestra relación con quienes nos rodean, con el mundo y hasta con nosotros mismos. Y sobre todo, hará posible un paz real y duradera. Sin respeto a los animales, a la naturaleza, no es posible.

P.- Usted es contraria a comer mero, ¿por qué?

R.- El problema con el mero es de carácter ambiental: hemos explotado tanto esta especie que está a punto de extinguirse y, a pesar de que ya entró en la lista roja, hay restaurantes en todo el país que lo siguen vendiendo. El mero es un pez de gran tamaño, su madurez sexual la alcanza cuando llega a medir aproximadamente un metro de largo, sin embargo, generalmente son pescados antes, impidiendo que el pez alcance a reproducirse. Es necesaria una regulación nacional para prohibir la pesca y venta de mero, como se hace con otras especies en peligro de desaparecer. Pero mientras este tema se regula, la solución está en los consumidores. Tristemente el mero no es el único con este problema, tenemos también algunos tipos de atún, el bocachico que era tan abundante en el Río Magdalena y muchas especies más, pasando incluso por el delfín rosado del Amazonas.

Juliana Restrepo bucea desde los diez años: «Mi familia ha estado siempre muy ligada al mar. El lugar más bonito donde he buceado es en las islas Galápagos», afirma.

P.- ¿Qué problema tienen los productos Carey y Coral?

R.- Las tortugas carey son otra especie «sobreexplotada» para hacer objetos con su caparazón. Sus poblaciones han disminuido de manera importante y se encuentran en estado de amenaza. Incluso en el Pacífico colombiano se creyeron extintas, pero hace poco recibimos la buena noticia de una población encontrada. Recordemos que la extinción de una especie afecta el equilibrio de la naturaleza y, por consiguiente, el de nosotros también.

P.- ¿Y el coral?

R.- Es también usado en elementos de decoración o accesorios y uno de los grandes problemas que enfrentamos actualmente con los océanos es la disminución de los arrecifes coralinos, debido a la polución, al calentamiento global que produce cambios en la temperatura del agua, a la acidificación de los océanos, a sustancias contaminantes que llegan al mar y a su explotación, entre otras. Los corales solo crecen un milímetro al año y son esenciales para el equilibrio de los océanos y estos a su vez para el del planeta entero. No olvidemos que los océanos producen más de la mitad del oxígeno que respiramos, se trata de una cuestión de supervivencia.

P.- Usted no asiste a shows con delfines y orcas en cautiverio, ¿por qué?

R.- Desde su captura o nacimiento en cautiverio, hasta su entrenamiento y a lo largo de su vida, orcas y delfines, que según la ciencia tienen cerebros muy evolucionados, deben soportar altos niveles de confusión, estrés y maltrato. Son animales nacidos para nadar más de 60 Km diarios, no para dar vueltas en un tanque que les queda pequeño y los aturde con el rebote de sus propios sonidos. Tristemente, además, muchos de estos espectáculos mantienen su cuota de animales a costa de brutales masacres de delfines, como la que se realiza cada año en Taiji, Japón, en las que capturan unos pocos vivos que se venden a acuarios para financiar la matanza. Realmente no creo que sea justo someter a un animal a todo esto solo para que alguien pueda nadar con ellos o ver un show. Quienes de verdad aman a los animales, a las orcas y a los delfines, jamás pagarían o disfrutarían con algo así. Como dije anteriormente, es nuestra responsabilidad investigar, en la medida de lo posible, qué hay detrás de aquello que apoyamos o consumimos.

P.- ¿Cómo se genera consciencia social en estos temas?

R.- Los medios de comunicación y las redes sociales son grandes movilizadores. Espero, por ejemplo, que muchas personas lean este medio e incorporen estos temas en su “agenda mental”. Otra manera de generar cambios es empezando por nosotros mismos. Los grandes impactos, positivos o negativos, se producen gracias a la suma de muchas acciones individuales.

Necesitamos superar la postura antropocentrista que ha concebido a la naturaleza y los seres vivos como máquinas inagotables a nuestro servicio, afirma Juliana Restrepo.

P.- Una gran mayoría piensa que “el mundo no va a cambiar porque yo use menos plástico”…

R.– Yo pienso que sí. Los océanos están muy contaminados porque yo y billones de personas más usamos mucho plástico, yo decido si sumarme o no a los millones que están cambiando sus hábitos y generando impactos positivos. Al cambiar yo, algunas personas cercanas empiezan también hacerlo y esto se va regando como una ola. A mí me encanta, por ejemplo, ver a mi mamá llevar su bolsa de tela al supermercado o cuando voy a un restaurante, ver a algunos de mis amigos o familiares más cercanos rechazar un pitillo cuando realmente no lo necesitan, estos son  pequeños ejemplos de esa ola expansiva a la que me refiero. Desde el momento en que nacemos estamos generando un impacto ambiental, no se trata de vivir sin alterar a ningún ser vivo: esto es imposible. Se trata de mirar en qué medida podemos reducir ese impacto o huella ecológica, intentar usar lo que necesitamos buscando alterar lo menos posible el balance de la naturaleza y tratando de una manera ética a esos seres que estamos usando. Es salirnos un poco de la postura antropocentrista para dejar de ver a la naturaleza y a los seres vivos como máquinas inagotables a nuestro servicio.

Twitter: @pabloalamo