Vengo a Colombia cada dos meses y esta vez, debo decirlo, he notado un acentuado y peligroso pesimismo.
Esta semana tuve la oportunidad de reunirme con un buen amigo consultor de empresas y a la vez empresario. Al calor de un buen café colombiano en el Starbucks del Parque de la 93, en Bogotá, discutimos sobre la reforma tributaria y de cómo ésta afecta a las pequeñas y medianas empresas.
La conversación empezó por el lado del empresario, que me preguntó por España: “Tengo entendido que habéis salido de la crisis. Felicitaciones”. Le respondí que la situación en España y en Europa no era para sacar felices conclusiones. Algunos datos proporcionados por Bank of International Settlement y Merryl Lynch no dejan lugar a dudas:
- Europa tiene hoy más empresas zombi que antes de la crisis;
- El 9% de las grandes empresas no financieras cotizadas se consideran muertos vivientes, esto es, generan beneficios operativos que no cubren sus costes financieros;
- Las pymes tienen mayores ratios de quiebras y pérdidas que en 2008, año en el que estalló la crisis;
- La creación de empresas, motor del desarrollo económico, se ha estancado, incluso en países, como España, que habían experimentado una leve mejoría en los últimos tres años.
Por eso dije a mi amigo empresario: “Se ha mejorado gracias a algunas reformas pero hay problemas estructurales y el riesgo de caer en otra crisis es alto”.
El verdadero drama de Europa, y lamentablemente Colombia ha decidido seguir el mismo sendero, no es que haya gente que haga las cosas mal y quiebre, ni tampoco que haya gente acomodada que no quiera complicarse la vida haciendo empresa; no, porque es legítimo no querer ser empresario y porque siempre uno puede equivocarse o ser derrotado por la competencia global.
Lo realmente preocupante es que se pongan cada vez más dificultades a los que sí quieren hacer las cosas bien, arriesgarse, trabajar en proyectos de largo alcance y valor agregado que generen empleo y riqueza económica.
Si algo se puede decir del tejido empresarial europeo y colombiano es que ha sido asolado a impuestos. Se ponen trabas a la alta productividad, se sostienen sectores de bajo valor añadido con alta deuda y escaso margen histórico, salvo en contextos proteccionistas. Europa y los países latinoamericanos que siguen la senda económica socialista europea, con fuertes inclinaciones asistencialistas (los subsidios suponen el 33% del presupuesto colombiano), parecen tener una debilidad por los dinosaurios empresariales, a quienes cuidan y protegen. ¿Será quizá por una noción corrompida de la familia y de la amistad? El bien común debería prevalecer.
La última reforma tributaria de Colombia ha consolidado el viejo sistema de intereses aumentando las obligaciones. Son muchos los temas de posible discusión pero uno brilla particularmente y es el de la Banca. Como bien explica Daniel Lacalle, la Unión Europea se vanagloriaba en noviembre de 2008 de “tener la banca más regulada y más solvente del mundo”. Con el tiempo, Europa ha demostrado en realidad tener un monstruo normativo poco funcional. A diferencia de Estados Unidos, cuya Banca repagó el rescate con intereses, dejando beneficios al Estado, “Europa sigue manteniendo una banca hipertrofiada, estatizada, cuyos activos pesan más del 300% del PIB de la Eurozona, con márgenes bajísimos y completamente subordinada a los poderes públicos mediante una regulación que penaliza el préstamo a empresas privadas con muchos requisitos de capital y casi ninguno a la financiación pública”.
¿Les suena esto a los pequeños y medianos empresarios colombianos? ¿Cómo son tratados cuando tienen que pedir un préstamo, incluso en su banco de toda la vida, al que nunca han fallado? He sido testigo de situaciones muy injustas y dolorosas, y por eso quiero hacer aquí una defensa del empresario colombiano, trabajador, comprometido, abandonado a su suerte y tantas veces heroico. Los proyectos empresariales de alto valor y largo alcance, por lo general, necesitan una importante financiación y mentoring.
Se ha criticado mucho la Reforma por la subida del IVA del 16 al 19% en más de 200 productos de la canasta familiar pero no creo que sea en verdad el elemento esencial. De hecho, no me parece tan grave subir el IVA, en un país donde casi la mitad de la población no paga impuestos. Lo realmente embarazoso es que el aumento de la carga fiscal tenga que ser asumido principalmente por el pequeño y mediano empresario con el fin de aumentar el gasto público, sostener más privilegios y consolidar así un sistema burocrático en buena parte ineficiente. Curiosamente, los intereses de «la rosca» suelen girar en torno a él.
¿Cuál es el efecto más grave de asfixiar a impuestos al empresario? Que a éste no le quedará más remedio que seguir apretando el margen vía salarios y calidad laboral. El ciclo es perverso: si bajan o congelan los salarios, disminuye la capacidad de consumo, ésto hace bajar la demanda de bienes y servicios, a su vez esta bajada suele traducirse en una disminución de la producción de bienes y servicios… y ésta impide subir salarios.
En definitiva, que estamos en manos de personas que quieren tomar decisiones difíciles, piensan más en lo políticamente correcto que en lo económicamente saludable y, al final de todo el cuento, quien paga son los eslabones más débiles de toda la cadena: los empleados que sostienen un sistema injusto. Observando ciertas decisiones, a veces siento que los políticos olvidan que, si bien los golpes sirven para dar forma al diamante, a un terrón de azúcar o panela lo desmoronan. Deseo una Reforma que cuide y respete al empresario, en lugar de ensañarse con él con pesadas cargas y contundentes golpes.
Más información de interés económico y empresarial puede ser consultada aquí.
Pablo Álamo
Twitter: @pabloalamo