España vive un momento dramático desde el punto de vista político. Estos días estamos asistiendo al desenlace de un plan largamente añorado por una parte de la población catalana, que, en palabras del Rey de España, el borbón Felipe VI, «ha socavado la armonía y la convivencia en la propia sociedad catalana, llegando desgraciadamente a dividirla. Hoy está fracturada y enfrentada».
En un discurso histórico a la nación, pronunciado a las 9 de la noche, hora de España, el Rey acusó al Gobierno de la Comunidad Autónoma de Cataluña de «una deslealtad inadmisible», prometió garantizar la unidad de España y no dejar solos a los catalanes que no quieren la independencia: «Sé muy bien que en Cataluña también hay mucha preocupación y gran inquietud con la conducta de las autoridades autonómicas. A quienes así lo sienten, les digo que no están solos, ni lo estarán; que tienen todo el apoyo y la solidaridad del resto de los españoles, y la garantía absoluta de nuestro Estado de Derecho».
Tanto el discurso del Rey como las imágenes que han dado la vuelta al mundo estos días sobre la crisis de Cataluña me trajeron a la memoria una conversación que tuve el pasado mes de junio con un profesor universitario catalán. Estábamos en el Hotel Punta Skala, al norte de la hermosa ciudad croata de Zadar y a donde gusta ir a descansar al jugador del Real Madrid, Luka Modric. En un momento de la conversación, al calor de una copa de vino en la clausura de un congreso académico, colegas de otros países preguntaron por la situación catalana y, ante el comentario escéptico de uno de los presentes, diciendo que la independencia era algo imposible, el profesor catalán advirtió con una sonrisa de victoria: «Esta vez no, esta vez será diferente. Muy diferente».
Y lo está siendo. El motivo que esgrimió el profesor catalán, para argumentar que esta vez iban en serio en el deseo de independencia, me sorprendió muchísimo. Afirmó algo que yo no sabía: «El pueblo catalán ha sido tradicionalmente cobarde cuando es minoría pero ahora somos mayoría y somos más valientes». De verdad, nunca había pensado que los catalanes se sentían cobardes por formar parte de España y reconozco que esta lógica me dejó perplejo.
Aún más sorprendido quedé con los argumentos históricos que escuché a un empresario catalán, esta vez en el baño turco de un reconocido club de Bogotá, para justificar la independencia. Es fácil caer en la crítica falaz y cuestionar los conocimientos históricos de este empresario pero más allá de la manipulación que supone hablar de Cataluña al margen de la Corona de Aragón, lo que más me sorprendió fue el odio, el deseo de venganza, de restituir algo que les pertenece y que les ha sido robado.
En América Latina sabemos que el argumento de que otros, a quienes no importamos nada, nos roban, y que por tanto es mejor ir por nuestra cuenta, tiene un peso gigante, que bien gestionado y unido a los errores graves que con frecuencia cometen los que están en el poder, influye en la voluntad del pueblo de manera determinante, aunque implique acudir a la violencia que todo ser humano rechaza por naturaleza. Pero el argumento de que «como otros se equivocan conmigo todo está permitido» no deja de ser una tesis populista y falaz. En un democracia fundada en el Estado de Derecho, que es garante de las libertades y derechos del ciudadano, el respeto de ley es esencial.
Ante el órdago secesionista del Gobierno catalán y el cada vez más fuerte riesgo de ruptura de la unidad de España, el Rey Felipe VI ha lanzado un mensaje a los dirigentes políticos: «Ante esta situación de extrema gravedad, que requiere el firme compromiso de todos con los intereses generales, es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones, la vigencia del Estado de Derecho y el autogobierno de Cataluña, basado en la Constitución».
Si algo vamos a aprender de lo que va a pasar en España en los próximos días, semanas y meses, es que el valor nunca es mayor que cuando surge la última necesidad. El órdago ha sido lanzado por los independentistas, al realizar un referéndum inconstitucional y anunciando además la secesión en los próximos días.
Ante quienes piden más diálogo, y sueñan con una solución pacífica a todo conflicto humano, digo que algunos deseos no son reales. El Estado español y el Govern catalán van a tener que ir hasta el final y el coche de trenes es inevitable. El periodismo basura, tan generalizado en estos últimos tiempos, para mayor beneficio de Netflix y otras plataformas de entretenimiento, se frotará las manos. Prepárense para una oleada de sensacionalismo sin criterio que crucificará la ley en favor de las emociones y las creencias personales. Estamos en la época de la post-verdad.
Pablo Álamo
Co-autor de «El fenómeno Trump» (2016)
@pabloalamo
Noticia trasnochada,ala fin hablo ese sr tan tibio
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El fenómeno catalán es muy viejo; los políticos catalanes juran cada dos o tres años que se van a independizar, y los políticos del resto de España les ofrecen subvenciones y privilegios para calmarlos y asegurar sus votos. La semana anterior, el presidente de la generalidad aseguraba la independencia «sí o si» y el lunes mandó a Pablo Iglesias donde Rajoy a pedir diálogo. «Porque estás que te vas, y te vas, y te vas… y no te has idooo…»
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