Ayer fue jueves de recuerdos y mis pensamientos navegaron al instante en que conocí el terciopelo. Para un niño que revoloteaba velozmente en ropa interior, con una toalla azul, amarrada al cogote, en la terraza de la vieja casona materna; esa poderosa mezcla de tersura, sutileza y sedosidad en un solo pedazo de paño; abrió un umbral de sensaciones alucinantes, que aún hoy rondan por mi cabeza, sin evitar sacarme una sonrisa.
Ese mismo día, mi madre se graduaba de abogada. Recuerdo que ya tarde en la noche, arrullado por las ‘Brisas del Pamplonita’, y después de inagotables tangos, pasodobles y pasillos, entonados con fogosidad por los invitados, me arrimé al regazo de mi madre. Estaba orgulloso de ella y conmovido con el rostro vibrante del ‘nono’ Libardo, que a pesar de cursar varias carreras, no concluyó ninguna. Su consuelo inocultable se consignaba en su hija mayor, la primera profesional de la familia.
Mi mejilla se inclinó al paño negro de Mamá, para que mi rostro disfrutara una comparsa de emociones que redoblaban como tambores en mi corazón de niño; nunca dormí tan feliz. Ya comprendía a mi manera el valor del esfuerzo de aquella mujer, madre soltera, que trabajaba de día y estudiaba en la noche para concluir con un postulado In ius vocatio, el llamado a la justicia.
Y es que en las grandes disertaciones y tertulias de mi abuelo, con diplomáticos, periodistas, filósofos, académicos, y políticos de la vieja escuela, ella escuchaba una frase que retumbaba, un par de años después, al retintín de la máquina de escribir donde despachaba como auxiliar de secretaria apenas con su mayoría de edad: “Ciencia es la Fuente de Libertad” el lema de la Universidad Libre de Colombia.
Así que no puedo dejar pasar que el 23 de abril de 1912, cuando La Universidad Republicana (Universidad Libre posteriormente) constituyó la sociedad jurídica en la notaría tercera del circuito de Bogotá, luego reformada con un objeto social mucho más amplio (Instituto Nacional de Educación y de Instrucción Superior y Profesional), nació un centro eminentemente popular al cual tuvieron acceso las clases sociales sin recursos económicos.
Y no es mentira. Como mi madre, miles de estudiantes (hoy en día 37 mil en todo el país) se han favorecido de becas, beneficios significativos en matriculas y apoyo para el desarrollo del deporte, entre otros estímulos. La mayoría de unilibristas, como en el principio, son de clase obrera, trabajadora, que con mucho sacrificio (estudiando y trabajando al mismo tiempo) logran encaminar su vida profesional.
Y es que me conmueve hablar de la Universidad Libre, pues como Universidad Republicana fue instituida símbolo de la paz. Cabe recordar que el 21 de noviembre de 1902 el General gobiernista Víctor M. Salazar, el General Alfredo Vásquez Cobo, el Doctor Eusebio A. Morales, el General Lucas Caballero y el ideólogo y gestor de la Universidad, General Benjamín Herrera; firmaron el tratado de paz de Wisconsin para terminar el más terrible conflicto del que se tuviera memoria hasta ese entonces: la guerra de los mil días, en donde murieron más de 200 mil personas de bando y bando.
De allí surgió la frase más noble de la post guerra: “Iremos no al campamento sino a las universidades”. El General Herrera planteaba la batalla de las ideas por encima de las armas: “no vamos a fundar una cátedra liberal, sino una amplísima aula en que se agiten con noble libertad, los temas científicos y los principios filosóficos aceptados por la moderna civilización”
El mismo Jorge Eliécer Gaitán, célebre caudillo liberal asesinado el 9 de abril de 1948, quien fuera uno de sus más notables rectores atinó a proclamar años postreros a la futura cátedra; “parece que al fin el ideal por tanto tiempo acariciado, de tener una Universidad sobre bases científicas, y al abrigo de las ideas hoy proscritas de los establecimientos oficiales, hallará su culminación en la realidad”.
Este #TBT lo dedico a la universidad en la que jamás estudié, pero que generó mi primera inquietud por el conocimiento. Y , por supuesto, a sus postulados que hoy reposan en los hombros de Jorge Alarcón Niño, un recio cucuteño que cumple ya tres años en la presidencia de la Universidad y de quien me consta es un apasionado unilibrista que, sin importar los vientos contrarios, está dando la batalla titánica por la modernización institucional.
También destaco a su rector Fernando Dejanón, científico consagrado y a Jorge Gaviria Liévano, un hombre de paz. También a Floro Hermes Gómez, un agudo crítico de la vida nacional. Ellos lograron y ya revalidaron la acreditación institucional, reto que pocas universidades han logrado. Y resalto, de igual forma, la magnífica infraestructura de la nueva sede en Cali. Y la que será, sin duda alguna, la mejor sede de postgrados en Bogotá, próxima a construirse.
Son 97 años promoviendo la ética, la ciencia, la libertad, la bondad, la honradez, la puntualidad, el cumplimiento y el respeto por la diferencia. Valores practicados por hombres como Benjamín Herrera, Rafael Uribe Uribe, Jorge Eliecer Gaitán, Enrique Olaya Herrera, Belisario Ruiz, Arnulfo Briceño, entre muchos otros ilustres Unilibristas.
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