¿Cuántas veces ha escuchado a alguien decir que está harto de la reputación que tenemos los colombianos en el exterior? ¿Que realmente le parece aberrante que fuera del país nos vean como narcotraficantes, tramposos y ladrones? ¿Que digan que somos gente con la que hay que tener cuidado?
No hay nada más difícil de cambiar que la reputación internacional. Este país puede haberse transformado mucho por dentro pero salga y pregúntele a cualquier extranjero qué imagen tiene de nosotros y verá que es la misma que tenían en los 80s. Y para ser honestos, esta semana el gobierno se encargó de demostrar que al final, tampoco es que hayamos cambiado mucho: habremos crecido económicamente, mejorado en materia de seguridad, pero este sigue siendo un país en el que las normas solo se respetan cuando no van en contravia de los intereses individuales.
Nuestra relación con las normas es una bien particular: para empezar, todavía pensamos en quien las incumple como un ‘vivo’. El tipo que se salta toda la fila de carros y se le atraviesa a todo el mundo para hacer un giro, el que se hace millonario de la noche a la mañana y sin trabajar mucho, el que se saca una buena tajada del erario publico, todos esos son grandes vivos, casi héroes nacionales.
Entonces, dice la sabiduría colombiana, si por alguna razón la norma no marcha por el mismo camino de los intereses propios, no es porque dichos intereses hayan sido definidos en forma equivocada, sino porque la norma es injusta. Caso en cuestión: el fallo de la Corte Internacional de Justicia de la semana pasada. Si la norma no nos beneficia o no nos permite hacer lo que se nos dé la gana, es porque la norma está mal.
Permítanme una analogía para explicarlo mejor: a mi no me parece justo que la plata de mis impuestos vaya a parar a los bolsillos de los políticos corruptos que plagan este país, en vez de ir a parar a programas que reduzcan la pobreza o mejoren la infraestructura. Pero con base en ese argumento no puedo llegar a la conclusión de que es mejor no pagar impuestos. ¿Se imaginan lo que pasaría si todos hiciéramos ese análisis y decidiéramos no volver a pagar? ¿En dónde quedaría el proceso de construcción colectiva de este país?
Lo mismo pasa con el fallo de la Corte: puede no ser justo, pero es que uno no puede escoger cumplir solo aquellas reglas que le parecen justas con base en un criterio puramente individualista. Si así fuera, no tendría ningún sentido que las normas existieran.
El argumento de que si otros no las cumplen, hacerlo nosotros es de bobos y de poco vivos es igualmente pobre: ¿ese es realmente el club al que queremos pertenecer? ¿al de los violadores del derecho internacional? Y si, Israel y Estados Unidos incumplen con parte importante del derecho internacional, ¿pero sí debería ser ese el grupo con el que nos comparemos? ¿tan mal estamos que son esos los modelos a seguir? Eso es como decir que robar está bien porque al menos no es matar.
La elección es clara: ¿que mensaje queremos enviar al mundo sobre el tipo de país que somos? ¿queremos ser los vivos/tramposos que piensan en las normas como obstáculos fáciles de superar o queremos ser quienes entienden que cumplir con las reglas del juego es una forma de respeto básico hacia uno mismo y hacia los otros? Si queremos ser lo primero, entonces tenemos que parar de quejarnos por la forma en que nos tratan fuera del país y tenemos que dejar de botar la plata en programas para mejorar la imagen colombiana en el exterior.
Recuerde: pasarse un semáforo en rojo o colarse en una fila, dice más de usted mismo como persona y como ser humano que de los otros. A veces es mejor no dárselas de tan vivo.
Twitter: @sandraborda