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Ahora que Hugo Chávez parece estar de regreso y la región entera pasa por su tercera o cuarta resurrección, queda claro que su salida del panorama político de Venezuela sigue siendo un asunto pendiente. La preocupación suya y de sus seguidores no es menor: durante su estancia en Cuba y sus ires y venires en materia de salud, no se ha avanzado ni un paso en la consolidación de una figura política de su mismo talante y que lo pueda suceder.
Ese es justamente el gran dilema del caudillismo (el de izquierda y el de derecha): la consolidación de un liderazgo personalizado se da a costa de la construcción de un proyecto político que lo sobreviva. El problema no es que no haya agenda política ni ideología, el obstáculo reside en que el aparataje destinado a mantener las ideas es tan débil que se desvanece cuando el líder desaparece.
Por eso, justamente, es que a los caudillos les cuesta más trabajo renunciar a la vida pública y entregar las banderas a sus sucesores. Es menos una cuestión de ego, simplemente definida, y más un asunto de juicio político: no es la dificultad de desprenderse del poder lo que los mantiene semi-vivos en sus puestos, es el temor–muy bien infundado–a que con ellos desaparezca del todo y para siempre su propio legado.
La historia no es benevolente con aquellos que han privilegiado la construcción de su figura política individual por encima de la gestación de ideas transformadoras. Por eso, los grandes pensadores siempre van a superar en relevancia histórica a los políticos.
Un político incapaz de pensar en el cambio a largo plazo, incapaz de crear un proyecto más allá de sí mismo e incapaz de pensar su propia existencia sólo como una parte del engranaje y no como la máquina en su totalidad, siempre queda relegado a una nota de pie de pagina en los manuales de historia.
No en vano, al final, siempre los acosa esa necesidad de la omnipresencia y de verse a sí mismos reproducidos en sus herederos políticos o en sus propios hijos; de defender su proyecto individual contra viento y marea, de pasar a la historia a las buenas o a las malas. La gran paradoja es que entre más lo intentan, entre más buscan insertarse en la memoria y en la identidad de sus naciones, entre más reconocimiento buscan, menos lo logran y más se empequeñece y se banaliza su liderazgo. Triste historia la de un caudillo en extinción.
Twitter: @sandraborda
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