No cabe duda de que pocos líderes latinoamericanos han contribuido tan profundamente a la realineación ideológica y política de la región latinoamericana como Chávez. Enfrentado a la decadencia del poder estadounidense y su falta de interés en Latinoamérica, el líder venezolano propuso un nuevo patrón de relacionamiento con Washington que muchos países del área decidieron seguir más o menos vehementemente.
Pocos, y el caso de Colombia es el más visible de todos, mantuvieron su vieja política exterior alineada y subordinada casi en su totalidad a los intereses de la gran potencia. Unos se fueron por un camino más moderado buscando una relación pragmática y diversificada. Pero al final, una mayoría se dio la oportunidad de pensar lo impensable en medio de largas décadas de hegemonía apabullante.
Claro, en el caso de Venezuela, una parte era retórica dura y a veces un tanto trasnochada y otra eran los negocios. En esto Chávez fue tan pragmático como cualquiera de los otros presidentes latinoamericanos. Lo cierto es que, además de las declaraciones altisonantes y los insultos, el proyecto Chavista no solo intento ampliar sus propios márgenes de maniobra internacional, sino que además le propuso a la región salidas colectivas que contribuyeran con este objetivo.
La apuesta política y económica por el ALBA, el apoyo irrestricto y activa diplomacia en la UNASUR y la Celac, y las duras y demoledores críticas a la OEA fueron todos elementos que hicieron parte de un proyecto autonomista venezolano para la región que no tiene precedentes en la historia de América Latina. Y no es de sorprender que la principal piedra en el zapato de esta propuesta fuese Colombia, un país que no ha podido aprender a verse a sí mismo en el escenario internacional separado de los intereses de Estados Unidos.
El argumento sobre el empleo de un discurso anti-imperialista por parte del presidente Chávez, como herramienta para mantener la cohesión interna, añade elementos importantes al análisis. Es difícil pensar en un país cuya política exterior no satisfaga intereses internos. Al final, la política de alineamiento de Colombia con Estados Unidos también fue diseñada para cumplir con el objetivo doméstico de combatir a los grupos anti-insurgentes. Sin embargo, la intención de Venezuela de poner distancia y recuperar la dignidad de una región que por largas décadas se conoció como el «patio trasero» de Estados Unidos, sobrepasa (y de lejos), la idea de satisfacer necesidades puramente parroquiales.
Por supuesto, se puede estar en desacuerdo con los métodos y con el tono del discurso. También se puede cuestionar, y diría yo que con mucha legitimidad, la decisión del gobierno venezolano de desafiar a Washington y al mismo tiempo convertirse en aliado de grandes violadores de derechos humanos. Pero lo cierto es que Chávez sí logró el propósito que ningún mandatario colombiano ha podido lograr: hablarle de «tú a tú» al gobierno estadounidese. Eso, por sí solo, constituye una contribución de grandes dimensiones para una región acostumbrada a la sumisión.
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