Retomo mi blog para hacer un experimento y los invito a que hagan parte del mismo. Iniciaré con esta entrada, una serie dedicada al análisis de la política exterior de la administración Santos hasta el momento. Creo que hay muchas cosas y muy interesantes por decir, y que es necesario desprenderse un poco de los análisis inmediatistas propios del periodismo para pensar este tema con la cabeza un poco más fría y por tanto, con algo más de rigurosidad. En esta primera entrega describo mis argumentos generales e intentaré discutirlos y evaluarlos en las otras entregas. Por supuesto, mi intención es que estos escritos sirvan de punto de partida para una discusión amplia. Quedo a la expectativa de sus siempre constructivos comentarios.
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Pasada ya la mayor parte de la administración Santos, a nadie le cabe duda de que hemos experimentado cambios–profundos o no-en materia de política exterior durante este período. Aquí voy a intentar argumentar que dichos cambios son el resultado de la construcción de un diagnóstico particular de la situación nacional, que ha llevado al gobierno Santos a intentar cambiar drásticamente la identidad internacional de Colombia. El proyecto es renunciar a la tradicional identidad internacional regida por las ya conocidas expresiones de ‘país problema’ ó el ya clásico ‘ojo del huracán’. Estas expresiones intentaban definir a Colombia como un lugar donde confluían todos los problemas más acuciantes del sistema internacional: el tráfico de drogas, el terrorismo, la violencia en todas sus posibles formas, etc. El objetivo era a través de la auto-estigmatización, generar solidaridad y a través de la misma, obtener recursos provenientes de la comunidad internacional para enfrentar estos denominados ‘flagelos’. Nos dedicamos, por años, a generarle y explotarle el complejo de culpa a los actores de la arena global.
Para la administración Santos, esta forma de definir la colombianidad hacia el exterior ya no se ajusta a la situación del país. En medio de un contexto de estabilidad económica, el eventual logro de la paz a través de los diálogos, y una relativamente exitosa contención de los problemas de seguridad asociados con grupos criminales organizados, el gobierno hace un alto e inicia un ejercicio de auto-presentación en el sistema internacional sustancialmente distinto. Hoy somos la ‘Nueva Colombia’; un país que enseña y comparte know-how sobre problemas de seguridad incluso en escenarios de la alcurnia de la OTAN, un país ‘maduro en el tema de los derechos humanos’, una economía que encaja con facilidad en los mejores ‘clubes de la economía internacional’, una diplomacia que se encuentra en capacidad de contribuir a la solución del conflicto árabe-israelí y que puede ejercer un liderazgo–al menos regional–sin precedentes en la historia del país. Colombia es, según este muy reciente intento por definir nuestra identidad internacional, un país sin complejos y con grandes aspiraciones y ambiciones internacionales.
Pero, ¿cuál es el problema con re-orientar nuestra política exterior en esta dirección? Al final, ¿no es loable que intentemos sacudirnos un poco de la vieja identidad paria que varios de nuestros gobiernos contribuyeron a construir?
En esta serie de escritos intentaré argumentar que esta nueva política exterior genera dos problemas fundamentales: de un lado, se encuentra en abierta tensión con la realidad interna. En otras palabras, la identidad internacional que está buscando construir la administración Santos no casa con la realidad nacional. Es casi un acto performativo: ante la imposibilidad de resolver los problemas domésticos de fondo–erradicar las violaciones a los derechos humanos, controlar estructuralmente el problema de la inseguridad, resolver nuestro conflicto armado–el gobierno ha decidido actuar internacionalmente como sí estuvieran resueltos. Se trata de una política exterior cuasi-esquizofrénica que ha logrado dividir en dos la identidad colombiana y convertirla en artículo de una naturaleza para consumo interno, y de otra naturaleza–casi diametralmente opuesta–para consumo externo.
El segundo problema, es que estos momentos de cambio en la identidad internacional de los países, en general, incrementan sus niveles de vulnerabilidad frente a la presión internacional. Esto explica, por ejemplo, los bandazos de ida y después de regreso que se dan en política exterior con cada vez más frecuencia. Tres autores (Risse, Sikkink y Ropp, 2013) definen este fenómeno en forma simple y elocuente:
«entre más les importe a los estados u otros actores su reputación social y quieran ser miembros de la comunidad internacional en una posición de ‘buen comportamiento’, más vulnerables son a las acusaciones externas, a los mecanismos sociales que se basan en la lógica de la argumentación y de lo apropiado. La vulnerabilidad social se refiere al deseo particular de un actor de ser un miembro aceptado en un grupo social o una comunidad particular. … Estados con identidades inseguras o aquellos que aspiran a mejorar su posición en la comunidad internacional son los más vulnerables a las presiones». El arribismo en política internacional, como en cualquier esfera social, genera inseguridad.
Los invito a que se mantengan en sintonía para el desarrollo de estos argumentos y que contribuyan a la discusión con sus comentarios.
@sandraborda