El teatro bufo que en la actualidad están protagonizando los gobiernos de Colombia y Venezuela (ante todo el régimen de Nicolás Maduro) de cara al resto del planeta es, por decir lo menos, vergonzoso. En el caso de Duque, por optar por desbaratar parte de la médula del acuerdo con la subversión: la jurisdicción especial para la paz (JEP); y en el de Maduro y su cuadrilla, por seguir atornillados endiablada y obcecadamente al supurante, “atractivo” y rancio poder en Venezuela, azuzando vientos de guerra e instando a gigantes a cuidar de él a cambio del pago de viejos favores y, seguramente, de la concesión de ciertas “ordalías” y “atajos” geopolíticamente bien referenciados.

Nicolás, siendo el hazmerreír de todo el continente, no hay un solo día que no le cierre las puertas a la sensatez. Aborrecido por el grueso del hemisferio, pareciera no querer renunciar a un excéntrico y lacerante final como el que «se dieron el gusto» de tener personajes corrosivos como Muhamar Gadafi o Sadam Hussein, entre otros.

Y a propósito de él, quiero referenciar unas líneas de otro Nicolás más ilustrado, influyente y determinante que el presidente de la hermana república: Nicolás Maquiavelo, para quien  de haber vivido en estos tiempos, Maduro hubiese sido, seguramente, fuente de profunda inspiración…

Nicolás (Maquiavelo naturalmente) escritor excelso y persuasivo, consignó y ejemplificó en un capítulo denominado De qué modo el príncipe debe evitar ser despreciado y aborrecido, de su exuberante obra El Príncipe, las razones por las cuales un gobernante podría llegar a ser odiado, resaltando cuán funesto podría ello significar para quien anhele un principado o gobierno sólido e imperecedero. La enjundia de su recia pluma crea allí un derrotero de conductas que “el príncipe” debería evitar a toda costa, so pena de ser receptor del aborrecimiento no solo de sus subalternos, sino de su “sacrosanto” pueblo.

Solo por mencionar un acápite del texto, subrayo aquellas líneas que alrededor del año 1510 Maquiavelo halla como la caracterización indubitable de aquél príncipe, jefe de estado, zar, monarca, etc., que para su entorno se presenta como un ser absolutamente despreciable, a saber: «aquél de espíritu mezquino, voluble, indeciso, frívolo, afeminado, cobarde y blando; aquél cuyos juicios son revocables, no logra ser reverenciado por su pueblo y no cumple su palabra». Aunque, de cara a esta última cualidad, de la que me referiré más adelante, Maquiavelo la relativiza, honrando su cruda y tenebrosa pluma, hábil y sórdida para unos,  y razonablemente siniestra, para otros, pero de cualquier manera vigente hoy, casi 500 años después de su deceso.

Imposible no pensar en el polémico mandatario vecino (y aún en el de aquí) cuando a renglón seguido de su egregia obra, Maquiavelo escribe que: “un príncipe o gobernante ha de albergar dos temores, uno interior, debido a sus súbditos y el otro, de cara a los poderes externos. De lo segundo, le defiende estar bien armado y contar con buenos aliados. Y si está bien armado, contará con buenos amigos; todo permanecerá en calma en el interior si el exterior está tranquilo, a menos que las cosas se vean alteradas por una conspiración. (…) Y de la conspiración solo se librará aquél príncipe que evite ser odiado  y despreciado”. Y hace preponderante  la idea: “Uno de los remedios más eficaces de los que puede disponer un príncipe contra las conjuras es no ser odiado por el pueblo, porque ante todo, quien conspira contra un príncipe espera conquistar a los ciudadanos al eliminarle

Finalmente vale la pena compartir que de cara a esa virtud de honrar la palabra, para evitar que un príncipe sea abominado por su pueblo, paradójicamente o mejor “maquiavélicamente”, el mismo autor en un capítulo precedente, escribió lo siguiente: “…Así, un príncipe sabio no puede ni debería, mantenerse fiel a su palabra cuando dicha observancia pueda volverse en contra de él y las razones que le hicieron darla, dejan de existir.”

Esperando poder volver a escribir más adelante sobre esta impactante obra, de la que siempre habrá mucho más que opinar, remato mi columna preguntándome cuántas veces han leído a Maquiavelo los “príncipes” actuales expertos en deshonrar su palabra, y cuántas veces aun teniendo poderosos aliados, los ha despertado a media noche la pesadilla de una conspiración fraguada desde las mismas entrañas del mismo pueblo que los erigió presidentes.