“Libertad de género”, sí. “No a la homofobia”, también; “igualdad”, resignación, etc, etc, etc, sí. Hay que alinearse con eso. Estupendo.

Respeto absoluto (aun cuando no comparto). Abajo la diatriba a la homosexualidad, pero abajo también, la apología. Respeto mutuo. Equilibrio recíproco… magnífico.

Confieso, en todo caso, que me ha costado asumirlo; pero entiendo que los tiempos cambiantes, una visión menos ortodoxa y/o retrógrada del asunto, la tolerancia en su máxima extensión, el no ser quien para juzgar y etc., irremediablemente nos han llevado a ser más condescendientes a la hora de reprochar las relaciones homosexuales.

Ya la indulgencia de tantos, ora la madurez en el razonamiento y en el enjuiciamiento que antipáticamente le hacemos a terceros, han conseguido que muchos con gran elasticidad reitero, cedamos frente a posiciones radicales, seguramente, “ya mandadas a recoger”.

Pero el hecho de estar avanzando significativamente en niveles de tolerancia hacia nuestros congéneres, no significa que los conceptos, tradiciones y los parámetros establecidos, tengan que invertirse drásticamente.

Personalmente advierto que la sociedad está transigiendo sensiblemente frente a este “vericueto” denominado la libertad de género. Y está muy bien, reitero, que el mundo avance en esa dirección en virtud del equilibrio y la tolerancia existencial y en procura de evitar mayores desgracias y traumatismos en el desarrollo de ese ejercicio complejo que envuelve el existir (y subsistir) humano; pero los tiempos evolutivos deben respetarse con prudencia y serenidad. No forzarlos. Ni incendiarlos con afanes propagandísticos ni ondeando con vehemencia coloridas, revolucionarias y solidarias banderas en defensa del libertinaje, perdón, de la libertad, quise decir. (No confundir jamás los términos, por favor.)

A propósito, evoca mi golpeado recuerdo aquél intento durante el gobierno anterior chocante y tosco por demás, de la ex ministra de educación Gina Parody quien pretendió implementar una (impúdica para unos, revolucionaria para otros) cartilla que defendía la libertad sexual desde muy temprana edad, retirando supuestamente el cabestrillo con el que las inocentes almas de la niñez, venían desde la cuna de un hogar que posiblemente estaba inhibiendo sus vocaciones reales de orden sexual. Fatal.

No sé hasta dónde la intención de parte del ministerio de educación de entonces pudo ser buena, pero el medio empleado, funesto.

No necesariamente con sangre y fuego, envalentonadas y altivas, las minorías lograrán el respeto y la igualdad que tanto claman; el respeto, la mesura y el tacto, son vías mucho más efectivas, con certeza.

El homosexual de por si indiferente a las manifestaciones de afecto entre las pareja “hetero”, debería entender que las expresiones amorosas con su pareja, no tienen el mismo efecto. Por cultura, por milenios,  por tradiciones, por la bendita razón que sea;  debería aprender a asimilarlo y en consecuencia obrar con prudencia e inteligencia. Sí, a paso lento, una parte significativa de la sociedad está aprendiendo a asimilar, a sobrellevar. Correspondan con la diligencia y cordura debida.

Se debe ser muy obtuso para no saber que todavía existe un importante segmento de la urbe que se escandaliza viendo a dos hombres manoseándose en público a su antojo. Desconocer esa realidad, es retar, es burlarse de las costumbres, es desafiar arraigados conceptos. (La parejita aquella en el Centro Andino todo indica, no hizo nada malo, pero sí he visto a otros que sin pudor alguno, rastrillan recíprocos y lascivos en público “sus barbas” generando náuseas de toda índole.)

Ámense de la forma que les plazca, viértanse e inviértanse como se les antoje, pero respeten esos límites sociales que el grueso de la población aún defiende, no para mantenerlos encerrados, ni para asfixiarlos, sino para poder coexistir (de momento siquiera) armónicamente…