“Lambor Jenny”. Perfecta combinación de vocablos que el ingenio de Matador estampó recientemente en una de sus perspicaces caricaturas. Aquella a la que dio origen la repugnante extravagancia de Jenny Ambuila Chará, ícono actual de la imperdonable malversación y la escandalosa corrupción administrativa que venía forjando su sinvergüenza progenitor, Omar Ambuila, desde los anaqueles de la DIAN en Buenaventura.
La beneficiaria del salteador buscó la bienaventuranza a través de ostentaciones típicas, por lo general, de mafiosos o de tornasolados y “ultra famosos” regatonearos. (“Bienaventuranza”, qué irónico; un estado fantástico que ordinariamente no le es propio al vapuleado pueblo de Buenaventura. Región en donde sea la oportunidad demandarlo, la Fiscalía y la Procuraduría deberían aumentar el alcance de su lupa, lo mismo que en Chocó, en donde alcanzando los niveles de pobreza extrema casi a un 90% de la población, la súbita fortuna de unos cuantos debería llamar más la atención de la autoridad).
Miles, millones, hubiesen querido ver a la desinhibida e irreflexiva “adolescente” crucificada en la semana mayor. La “boleteada” que se venía pegando, más temprano que tarde, le iba a pasar factura. Vaya manera de poner en evidencia las asquerosas prácticas de un corrupto sin un grano de pudor, que fungía de apacible y retraído. Pero en fin, no es esta una columna para referirme a lo abyecto que fue el actuar del ex funcionario de la DIAN Omar Ambuila, ni lo oprobiosa que fue la endiablada dilapidación que difundió ante el mundo su niña mimada. (Toda una fortuna, proveniente ya sea de un dinero indecoroso o simplemente, del peculio de aquellos colombianos que con gran esfuerzo y juiciosamente contribuyen a la Dirección De Impuestos y Aduanas Nacionales. Tenaz)
Quiero es, amable y respetuosamente, reseñar y censurar la ira racista que desató este penoso hecho.
Furibundas voces desde distintos medios y redes sociales no solo destrozaron a la joven y acaudalada propietaria del Lamborghini, sino que la emprendieron por su color de piel, a hacer todavía más fuerte su escarnio. Expresiones como “negros con plata, derroche a la lata”, “negra tenía que ser para ser tan boleta”, “típico de los negros con plata, se enloquecen hasta más no poder” y en fin, cientos de términos de similar o peor envergadura.
Muchos desempolvaron lista de negros (con gran respeto me refiero así a esta noble raza, ya que en repetidas oportunidades me han hecho saber que la calificación de “personas de piel oscura”, “morenos” o “gente de color”, los enferma) de origen modesto, quienes luego de llegar al poder o a la fama, el derroche, la sobre-exposición y las extravagancias, han sido su plato predilecto. Y, aun cuando los ejemplos abundan a nivel no solo local sino mundial, generalizar al respecto me parece tan antipático como injusto. Sí, efectivamente, en Colombia contamos con un prontuario de gente de raza negra, deportistas (futbolistas ante todo), políticos y demás, a quienes la plata en exceso pareciera sacarlos de órbita, hasta llevarlos a embutirse incluso en el universo del hampa. Pícaros de gran calado, corruptos sin fondo, pistoleros, narcos, escandalosos, violentos, etc. Protagonistas léperos de diversa naturaleza, tan execrables como sus pares de tez blanca. Y es que los blancos con plata también se “boletean”, y la cabeza se les raya por montones, perdiendo todas las proporciones, igual o peor incluso que las gestas echadas a rodar por la estrellita de este oscuro cuento de podredumbre en el sector público, nuestra “princesa”: “Lamborjenny”.
De tal manera pues que, con la enjundia y la sobriedad exigida por la pluma que aquí con pundonor se blande, reprocho toda manifestación racista a propósito de este innoble evento estelarizado por la familia Ambuila Chará, que desgraciado se propagó por toda la orbe, dejando muy mal parada a una raza, cuyas mayorías, son personas valiosas, enemigas de la transgresión y la deshonestidad.
Entonces bien, remato mi columna exhortando decentemente a los segregacionistas, primero, a respetar y segundo, a no generalizar levantando precipitados señalamientos y desenfundando desgastados prejuicios que aprovechando una penosa coyuntura, mancillan con injurioso desdén, el buen nombre que en su mayoría, encarna una raza afrodescendiente que no ahorra esfuerzos estoy seguro, en mejorar su agraciada casta.