Plaga.

La belleza es el resplandor de la verdad”, dijo alguna vez Gaudí. Y sí que lo es.

En estos días de imperativo y necesario confinamiento la verdad ha sido reveladora con una naturaleza que ha empezado a brillar con gran refulgencia gracias a la mano del hombre… que ya no está para alterarla.

La única verdad es que el ser humano le quita belleza a la naturaleza y aún sin querer dañarla, ya por él fue dañada.

El hombre se encierra y la naturaleza se libera.

En Bogotá se han visto zorros y osos deambulando sus cerros tutelares. En el Valle del Cauca y el eje cafetero la flora y la fauna han reverdecido sorprendentemente; en el valle también, más exactamente en Guadalajara de Buga, hasta lechuzas se han dejado ver sin empacho alguno.

Si así ha sido con quince días de “acuartelamiento” no me imagino con 2 cuarentenas más.

Como no me imagino tampoco qué vamos a hacer los hombres sin barbería, los atracadores sin sus presas, las prostitutas sin clientes, la policía sin riñas y homicidios callejeros, los payasos sin fiesta, los pastores y curas sin víctimas ¡sin feligreses quise decir! (vaya gazapo), los infieles sin amantes, los velorios sin dolientes y los artistas callejeros sin calle y sin monederos…

Las barberías y peluquerías, con protocolos de salubridad bien definidos, claro está, deberían estar abiertas. Y si bien en casa, con algunos instrumentos determinados se podría improvisar, el resultado con seguridad, no va a ser para nada  alentador. Nos vamos a trasquilar con certeza (más de lo que nos han esquilado los últimos gobiernos que hoy lloran por no haber ahorrado más y despilfarrado menos).  Algunas mujeres, “adictas” al salón de belleza, deben estar pensando algo similar, por supuesto.

Los atracadores en cuarentena, sin víctimas a quienes despojar de sus pertenencias, imagino, han sido los primeros en salir a saquear supermercados y clamar ayuda del gobierno.

Las fulanas, querrán trabajar a domicilio, recurrir a la “webcam” o mejor aún, ojalá pudieran hallar un oficio menos contaminado y más digno. Lejos de las calles, la farándula, “Instagram o YouTube”. O por lo menos tengan tiempo suficiente para revaluar su porvenir.

La policía, de pláceme sin homicidios ni hurtos significativos (los callejeros por lo menos, porque los desfalcos a otro nivel, ni el coronavirus ni nada los va a parar jamás), ahora debe lidiar con los que se niegan a respetar la cuarentena, exponiéndose y exponiendo a los otros, y claro está, con el ilícito que ha asumido el protagonismo durante estos días de confinamiento: la violencia intrafamiliar. Porque definitivamente, la prueba más dura de la supervivencia humana es la convivencia.

Con las fiestas clausuradas, los payasos muy probablemente van a tener que hacernos reír desde otros escenarios, empezando por las redes sociales, “los flashes” del estrado judicial y, la política ante todo.

En cuanto a los pastores, clérigos y demás, tendrán intuyo, que confesar a sus “clientes” vía streaming  y sonsacarles el diezmo vía transferencia electrónica. Eso es lo de menos para un buen mercader.

Ahora bien, los infieles… esos sí que deben estar pasando las duras y las maduras, atornillados con zozobra al whatsapp, inventando excusas para salir o simplemente haciendo malabares y urdiendo rastreras maniobras para no quedarse sin el queso que probablemente ya apestará a rancio y sin el pan que enmohecido no quiere dejar de ser comido.

Los velorios no se verán en un largo tiempo, el finado se privará de su ceremonia de partida y a los afligidos deudos les tocará llorar solos. Mejor para ellos quizá, ya que algunos preferirán ahorrarse no solo un gasto que a todas luces resulta inoficioso sino además, el prescindir de una borrasca de “sentidos pésame” y lamentaciones muchas veces forzadas, no deja de ser una excelente alternativa.

Pero en fin, solo por mencionar algunos oficios y su injerencia en una cotidianidad hoy limitada por razones de fuerza mayor, no dejo de lado a los artistas que realmente merecen un elogio especial: usted, yo, y todos aquellos que hemos tomando en serio lo de la pandemia: lavándonos exageradamente las manos, cuidándonos y cuidando al otro, guardando distancia, no saliendo, en fin: estando a la altura de las circunstancias.

Más allá de que el coronavirus haya surgido espontáneamente, fabricado con siniestra premeditación, liberado en virtud de origen divino o humano o simplemente, repotenciado en algún lugar siniestro del planeta.

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