Solidaridad en la tierra del olvido
Abro mi columna solidarizándome con la bandera que “a media asta” iza el periódico más antiguo de Colombia, tras el anuncio efectuado días atrás, por su director Fidel Cano en el sentido de volver a la impresión semanal, dada la coyuntura actual por la que atraviesa el prestigioso medio. Acrecentada claro está, por el covid-19 y la caída en la demanda del diario capitalino. Por ahora escribiré que, dada la gallardía demostrada en el pasado por un histórico medio de comunicación que como El Espectador, ha sabido reinventarse y resurgir como el ave Fénix una y otra vez, de cara a los enérgicos avatares y recios golpes asestados por la vida y el infortunio, auguro que sabrá hallar la forma, como ha sido su tradición, de regresar fortalecido a la pugna informativa.
Haber tenido la grandiosa oportunidad de escribir en repetidas ocasiones en sus páginas, no solo ha sido un verdadero placer sino una gran satisfacción. Y aun cuando, he de reconocer que, se han incrementado de manera sensible los ataques en contra de su credibilidad y prestigio desde que empezó a perder gradualmente algo de su fidedigna y preciosa autonomía (la misma que con denuedo empezó a forjar su fundador Fidel Cano Gutiérrez en 1887) producto de la voraz expansión del emporio Santo Domingo que hacia finales del siglo XX lo absorbió transmutando «recientemente» del todo el periódico en un solo ente radial y noticioso (Léase: Blu Radio y Noticias Caracol); no dudo reitero, de la valentía que lo sacará avante de esta nueva contingencia.
Me solidarizo también con la serie «Matarife», que vaya si ha dado de qué hablar. Me odiarán (y me seguirán odiando mis amigos uribistas), pero la serie envuelve, seduce y convence. Empezando por la expectativa creada, su versatilidad, la energía de la narrativa y la dinámica extraída de sus irrebatibles fuentes históricas e informativas, hacen de Matarife una producción auténtica y contundente. Una fórmula exitosa explotada no solo con valentía sino con gran cálculo. Una transcripción de unos hechos puntuales de los que difícilmente se puede obviar alguna de las variables que hacen casi perfecta la ecuación que su creadores quieren enseñar (o demostrar, mejor) al expectante auditorio. (Mientras redacto estas líneas siento el deber repentino de consignar unas palabras del “Poeta Supremo”, el genio Dante Alighieri, a saber:
“Ese que ves fue en el mundo una persona aclamada y soberbia en la oscuridad; ninguna virtud real ha honrado su memoria, por lo que su sombra está siempre furiosa. ¡Cuántos se tienen allá arriba como grandes reyes, que se verán sumidos como cerdos en este pantano, sin dejar en pos de sí más que horribles desprecios! ” -La Divina Comedia, Infierno; Canto VIII-)
También me solidarizo con la niña indígena embera Chamí de 13 años, ultrajada y abusada en el corregimiento Santa Cecilia, Municipio Puerto Rico, departamento de Risaralda, por soldados (bachilleres según entiendo) del Batallón San Mateo perteneciente a la Brigada VIII del Ejército Nacional.
Por cualquier ángulo desde donde se le mire es un aberrante caso que espero no quede impune. Aun cuando pareciera que ya lo está haciendo, con la penosa imputación que por “ACA” (Acceso Carnal Abusivo) -y no ACV (Acceso Carnal Violento) como debería de haber sido- procedió a realizar la Fiscalía General de la Nación, para quienes además los testimonios que por secuestro agravarían la situación de los soldados no fueron tomado en cuenta “por carecer de sustento suficiente”.
Creo en la dignidad del Ejército Nacional y la bandera que con orgullo se ha ondeado por años, no puede seguir siendo espolvoreada por infames actos de exterminadores sexuales.
Bastante daño le hizo al honor militar el escabroso capítulo de los «falsos positivos» como para validar ahora a transgresores sexuales, bajo nuestro orgulloso camuflado patrio.
Mi solidaridad entonces, con todas y cada una de las víctimas (y familiares) de ese atroz delito. La violación es una las conductas humanas más condenables que pueda existir. Y si la inmunda acción criminal asecha la órbita de la pedofilia y la pederastia, mil veces más repulsiva.
Bien por la cadena perpetua para violadores (aun cuando todo indica la famélica Corte Constitucional “amenace” con tumbar la sesión en la que se aprobó). El inane congreso se demoró 50 años en aprobarla. Y seguramente, se demorarán otros 50 en regularla. «Peor es nada»… aun cuando definitivamente la pena de muerte hubiese sido más efectiva para esa asquerosa y mortífera plaga. Cebar a un malnacido de esos por largos años desayunando, almorzando, comiendo y pernoctando a costa del estipendio público es, por decir lo menos lo menos, inaudito.
Finalmente, toda mi solidaridad, por supuesto, no solo con las víctimas que a diario va dejando a su paso arrasador el tan mentado coronavirus, sino con cada colombiano que a diario tiene que soportar un virus igual o peor: la virulenta ráfaga de politiquería y las esquirlas purulentas de la nauseabunda corrupción que no para de socavar la moral de este desahuciado país. No hay un solo estamento empezando por el alto gobierno que no haya sido salpicado por ella. Por ese azote punzante que el diablo resolvió desovar en las manos de nuestros gobernantes.
“¡Pobre país pendenciero, camandulero, mesiánico e hipócrita, cercenado por la corrupción y cebado por la incompetencia de sus dirigentes!” (Como diría un viejo hidalgo amigo que yace bajo su tumba desde épocas inmemoriales…)
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