A “mi querida» Vicky

Escribo “querida” entre comillas porque no soy amigo de ella, ni nos une lazo afectivo alguno, ni mucho menos algún tipo de malquerencia. La respeto sobre manera, de hecho. Porque el que diga que Vicky Dávila no ha madurado desde aquél penoso cubrimiento (producto de su exacerbado ímpetu y su inexperiencia) del aciago terremoto que en el año 1992 devastó a Armenia, hasta hoy, está siendo injusto.

Vicky Dávila es un ícono del periodismo moderno, desenvuelto, ágil, directo, controversial y desafiante. Para muchos, una de las artífices del periodismo radial camorrista y el micrófono puntillero e indecoroso; para mí, un estilo muy particular hecho a pulso y ante todo, “contra viento y marea”; porque quien no reconozca que Vicky Dávila tiene “el cuero duro”, ha sido perseverante y fiel a su talante “bizarro”, es un insensato. Sí, tiene detractores por doquier, justamente por los esquemas tradicionales que ha rebasado y esa seguridad que muchos confunden con una arrogancia exasperante. Y un arrojo característico que a veces también se confunde con histrionismo y fanfarronería.

Ha pisado callos a diestra y siniestra, ha abierto cajas de pandora y ha sido muy amiga del poder de turno, cosa para muchos urticante hasta decir no más. Y aún cuando a veces pareciera ser ferozmente oportunista e incluso codiciosa para sus enemigos, quiero pensar que es extraordinariamente hábil y eficiente. (Confieso abiertamente y sin empacho alguno, que aplaudí una y otra vez el que Vicky haya destapado como destapó la fétida cloaca aquella denominada La Comunidad del Anillo)

“Vicky, Vicky, Vicky…”, retumba su nombre en los hashtags, siempre polémica, seguida por un alud infinito de críticas, pero nunca huérfana de defensores.

Cuestionada por sus relaciones, censurada por sus alianzas, algo irritable, pero nunca desapercibida como reportera, convincente y “ocurrente” como presentadora, arrolladora en la radio e incisiva en sus columnas, Vicky Dávila ha sabido ser muchas veces la protagonista y centro de la polémica de este turbado país.

Y a propósito de sus columnas en la Revista Semana, indigeribles para unos y “bribonas” para otros, pero nunca inadvertidas, el rol que últimamente ha decidido asumir como defensora “ad honoren” del expresidente Álvaro Uribe Vélez me tiene por decir lo menos, desconcertado.

La excepcional Vicky ha decidido, desde su privilegiado palco en “el cuarto poder”, arremeter contra todo medio de prueba que comprometa judicialmente al procesado y también polémico expresidente de la República. Aún no entiendo exactamente por qué. No pocas veces me pregunto si estará pagando algún favor especial o estará obrando bajo alguna especie de “insuperable coacción”. O si simplemente se trata de un estratégico “nado a contra corriente”, una feroz animadversión hacia el, para muchos inmerecido nobel de paz, o sencillamente la revalidación de sus votos uribistas.

Sea cual sea la razón que ha llevado a Vicky a ejercer su acérrima y enconada defensa en favor de Uribe Vélez, lo cierto es que no solamente su imparcialidad como periodista se ha ido viniendo al traste, sino que, con su frenética postura, desde su valiosa opinión, ha ido resquebrajando la reputación de la que gozan los medios para los cuales despliega su talento.

Cierro el telón de mi columna preguntándome dos cosas:

¿Puede una periodista ejercer su labor con altura e integridad siendo a la vez una “encarnizada influenciadora de opinión”? Y segundo, ¿si el cuarto poder llegara a rendirse por completo algún día a los mecenas de la política, y aquellas fuertes pústulas del poder detrás del poder, en cuánto tiempo terminaría de pervertirse por completo una nación?