“Con tinta sangre”
Escribirle a un país conflagrado no es nada fácil.
Es como drenar con tinta sangre un corazón a punto de estallar.
Con tinta sangre se escribe hoy la historia de mi país, con tinta sangre se anhela verlo transformado desde su raíz.
La inspiración se coarta cuando la marcha muta en revuelta, cuando el fastuoso grito de igualdad y democracia se vuelve una estridente y vulgar arenga infiltrada por ánimos incendiarios y caldeados.
La tinta deja de ser tinta y se convierte en sangre cuando un ejército de valientes sale a las calles a defender sus derechos entonando cánticos preciosos y, súbitamente, esas estrofas simétricas y pegajosas devienen en odiosos desmanes fundiendo a aquel intrépido ejército ahora convertido en una energúmena horda antisocial, cuyo único designio es verlo todo arder.
Con tinta sangre escribe el gobierno su último año de mandato, y con tinta sangre azuzan los políticos sus huestes amotinadas de cara a los encarnizados y suculentos comicios presidenciales del 2022. Salivan desde ya imaginando su triunfo; quimérico o no, en esta desdeñada nación, cualquiera puede llegar a sentarse en el trono de la primera magistratura, ya sea príncipe o vasallo, pacifista o pirómano, títere o titiritero, sea tinta o sea sangre.
País carbonero que incendia sus insignias, expectorando en sus dignidades y mandatarios siempre dignos de ser esputados.
País insulso que todavía confía e incluso se hace matar por los mismos dirigentes políticos que por décadas se han cebado con sus vísceras, mercadeando con sus intestinos, retorciendo sus sesos y exprimiendo sus bolsillos.
País sumido en su infinito empobrecimiento intelectual, los colores desabridos de sus cloacas graduadas de partidos políticos, su fascinación por la hiel futbolera, sus idolatrías banales y la podrida enjundia raquítica y supurante de sus tres poderes estatales.
País salpicado de sangre y muerte, y arrasado con la tinta sangre que tiñe las resultas de sus ignominiosos legisladores.
Hoy, Colombia, fraccionada como nunca, “confunde” al mundo y a media asta, e incluso invertida, su bandera le rinde honor únicamente a la infamia que deja el enfrentamiento a muerte entre colombianos y a la proterva corrupción, religión e insignia de nuestros acaudalados gobernantes.
Con sangre escriben unos que la Policía Nacional (PONAL), el Ejército de Colombia y el Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) de la PONAL arremete sanguinariamente a quienes solamente protestan pacíficamente; con tinta subrayan otros que la fuerza pública enfrenta hordas de vándalos encarnizados que de inermes nada tienen.
Con tinta informan unos que el ESMAD hostiga violentamente la marcha estudiantil vulnerando el sagrado derecho a la protesta, con sangre escriben otros que las fuerzas del orden disuaden y levantan bloqueos criminales que están desahuciando y desabasteciendo a un país entero.
Todas las aristas pueden ser válidas porque son penosas realidades no siempre adversas sino coetáneas de la misma cara de la moneda. Negar que por parte de la fuerza pública (ESMAD) ha habido excesos, sería insultante. Tan perverso como sería negar que la marcha pacífica ha sido infiltrada por catervas de desadaptados cuya única consigna es ver a Colombia incinerada.
No escribo más porque de estar empuñando la pluma con el coraje que lo estoy haciendo, ya dejó de segregar tinta para empezar a brotar sangre…
De tinta sangre se viste mi país,
De tinta sangre se envanece desde la raíz…