Cuando llego el rock a mi vida, fue algo fortuito, como esas cosas que se encuentran en el camino, buenas, malas, posibles imposibles, oportunidades para tomar o dejar, así de simple. Esa palabra de cuatro letras que encierra un infinito mundo de sensaciones de la cual jamás dejare de aprender, la tome aún sin estar convencido en su momento, esa música tan exquisita quedo tambaleando pero con el paso del tiempo se fue afianzando sin yo buscarlo, solo sucedió, sin ser fácil, pues en un país como el nuestro el rock sigue siendo algo extraño, desconocido y miedoso. Lo que si sabía era que en su interior existía algo brillante. Resplandor encontrado aun hoy en día en agrupaciones clásicas o contemporáneas, regalo precioso ofrecido a sus más fieles seguidores. No recuerdo bien a qué edad escuche por primera vez a Black Sabbath pero sí recuerdo sus sonidos, esa música tenebrosa que invitaba a escudriñar el trasfondo. Varias canciones quedaron en mi mente, riffs resonantes y esa voz inconfundible de Ozzy. Pasaron varios años antes de comprender bien el significado de una banda como esta, lo importante del asunto fue la permanencia de aquellos ecos dentro de mí. Luego, palpando la era moderna, es decir el Metal, que no es más que una etiqueta puesta al rock evolucionado pero que finalmente para mi es Rock And Roll, tuve el deseo siempre de retroalimentarme, de poder absorber y alivianar dudas pospuestas por tantos años de ausencia de las voces propias. El martes pasado tenía una cita que debía ser cumplida a como diera lugar, mi intención era entender de una vez por todas de donde surgió parte de la historia de esta música tan preciosa, era imperdonable fallar, menos si me considero un fiel seguidor de sus corrientes.
Dicho esto, la ocasión de ver a los protagonistas de una historia que tiene innumerables hijos, rodando y exponiendo su arte globalmente, con destrezas rápidas, virtuosas, profundas, superficiales, técnicas, estaba dada, los padres habían llegado desde muy lejos a poner en orden una casa abandonada por más de 40 años, pero que en tan solo una hora y treinta minutos dejaron llena de luz. Si, eran ellos aun enfrente de mis ojos no lo creía, los que entregaron al mundo del rock un legado, los padres que sin temor a ser aniquilados hicieron propuestas inimaginables en un mundo absorto en creencias absurdas, Ronnie, Tony, Geezer y Venny, iluminados por un destello azul, posaron sus cuerpos y tomaron sus fieles compañeras pronunciando E5150, notas longevas que se niegan a morir.
Incrustado y sin salida, sentí de nuevo felicidad, una vez más afortunado y agradecido de estar allí, se hacía justicia por aquellos años en los que no tuve muchas oportunidades de disfrutar a plenitud mi amor por el rock, y creo no solo a mí sucedía. Nuevamente vi varias generaciones, al padre cantando con su hijo Heaven And Hell mientras recorrían en «trencito» el lugar, al paisa en su «parche» sorprendido por la voz de Dio, al abuelo y su vieja camiseta desteñida de la banda con la sonrisa de oreja a oreja, y por supuesto yo, registrando el momento sin despejarle el ojo a Tony Iommi el de los riffs traídos de los cabellos. Black Sabbath, los tatuadores de melodías cambiaban de color al ritmo de las luces, azul, rojo, amarillo y verde, tonos de altos y bajos movidos por la voz de Ronnie quien puso estrellas y lunas en su camisa negra, pregonando la magia vocal sin el paso de los años, I, children of The sea, Fear, The Mob Rules, algunas evidencias.
Pasivo y entregado, con su rostro apuntado al piso pero con la mente puesta en sus dedos los riffs gruesos potentes, tenebrosos y delatores de Tony mi ídolo de la guitarra, me estrellaba en emociones, se junto un brote de lágrimas casi desarrolladas, con la alegría, esta última gano. Sobre la piel de esa vieja guitarra que pensé era morada pero es de color café, esa que en reposo puede contar en una noche miles de cabalgatas, reflejaba en sus cuerdas brillantes, la sabiduría de un gladiador negado al deseo de acabar la tinta y las hojas del cuento Sabbath, un hombre cuyo valor expulsa con mesura, mientras de cuando en cuando recorre pequeños tramos del escenario, ahorrando energía para su próxima aparición. Iommi grande en tierra de gigantes lleva gafas, una cruz en su pecho, una argolla en su dedo, viste de negro, toca guitarra y entrega a su gente el más fiel de sus gestos eléctricos. A este jinete tristemente no le pudimos retribuir completamente el merecido agradecimiento con un buen lugar para su corte. Se vio incomodo en ciertos pasajes como en el solo intro de Die Young.
Gezeer, el de cara gruñona con estilo propio para hacer sonar el bajo, empuja fuertemente a su amigo, hace vibrar todo a su alrededor sin ternura. Venny púgil de los tambores, se entrego con ganas a una batería venida a menos, al parecer por una falla técnica, noche sellada con Neon Knights. Cuatro radiantes maestros extendieron los pliegos sobre la tierra de lo absurdo, de las contradicciones, unificaron conceptos bajando al infierno en búsqueda de calor y ascendiendo al cielo confortable, completaron uno de los ciclos de mi ingreso a este universo, enseñándome donde partir para saber a dónde llegar y hacia dónde dirigirme en el tren del rock, era la única forma de entenderlo. Mi libro terminó un capitulo inconcluso hasta hace dos días y adelantado por los impactos actuales, registre las líneas adyacentes, esta vez deje espacios al final, seguro que mientras en algún lugar del planeta las ondas sonoras de Black Sabbath retumben, no habrá papel suficiente.
Al margen de todo lo que represento el concierto y de lo que se vivió, también es justo decir que el sonido no fue el más optimo, una vez más se intento mejorar pero fue imposible, como les contaba hubo momentos de tensión reflejados en Tony por ejemplo, además la gente continua quejándose, se debe adecuar el lugar, o buscar otra alternativa para conciertos, no es justo para nadie, entendiendo que no hay muchas alternativas y lo difícil del tema, que paso con el Palacio de los Deportes? es menor su capacidad pero se ha demostrado que es un buen sitio. No se?
Permanezcan Rockosos