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Dos momentos, dos caras de la moneda pero al final una sola fiesta. Nada es suficiente cuando el rock da oportunidades de repetir o pie para revanchas.

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El encuentro inicio con las dos bandas nacionales, cuyas presentaciones terminaron un poco antes de las 6 pm. El teatro Metro estaba a un 80% de su capacidad total y de la pared de fondo blanca colgaba un telón muy pequeño con el nombre de la banda principal, que poco se veía por el andamiaje de las luces. Mientras los rodies empezaban a organizar un poco más el escenario, los integrantes de Heaven Shall Burn  recién llegaban o por lo menos fue la impresión que dieron. Maik traía una pequeña maleta que acomodó en el piso,  el baterista sin mediar, de una,  tomo su herramienta a dos manos. Uno a uno los alemanes fueron acoplando sus instrumentos, estábamos ante la prueba de sonido en pleno. Luego de varios muestreos del ingeniero local a cargo de la consola, parecía que todo estaba punto de comenzar, sin embargo la parte vocal se reviso de nuevo y los gestos repetidos en tarima dieron el visto bueno. A las 6 y 43 minutos de la tarde, la intro abría a un rito de concentración de parte de Marcus Bischoff, quien cerró los ojos, respiró profundo y luego nos “escupió” con tamaña fiereza: las palabras “Words, These words of Freeedom…” líneas del primer acto de titulo The Weapon They Fear. Entonces la ira contenida y esa frustración salieron de las entrañas para florecer en un pogo, horizontal, vertical, en círculo, una gran masa que a su modo también daba la bienvenida a esos cuatro monstruos del metal alemán, respuesta de acero. Libres y encerrados en melodías reales, el sonido mejoró y empezó a ser más atronador, se sentía en todo el cuerpo, vibraciones de The Omen y Counterweigth, impactaban tan fieles como poner sus discos. La única baranda parecía desprenderse debido al retorno de los cuerpos sacudidos gracias al aliento avasallador por parte de Marcus, él, asombrado  veía el producto de su brutalidad reflejado en nosotros. Riffs descomunales acompañan la esencia de Heaven y precisamente esa era la tarea estar allí para incrustarlos. A cado lado del escenario estaba una guitarra, en el izquierdo Maik, generoso, el de las ideas crudas pero elocuentes, rasguñaba las cuerdas como un depredador, nos hilaba para luego soltarnos. Al derecho Alexander, incansable reanudaba una y otra vez las cuerdas llenando vacios y dando más consistencia, juntos cortaban fino con la broca filosa de sus dedos. “El muro de la muerte” y el Circle Pit fueron pedidos, la orden servida en la pista y sin objeción. Casi puedo asegurarlo, la conexión banda-publico era unánime, y en verdadera democracia todos acudíamos a la cresta de canciones con narraciones de un mundo tirano, de personajes destructores, pero ignorantes de una porción de pueblo no menos importante, que hace conciencia a través de la música para no equivocarse, para activarse.

 

 

 

Endzeit bajo los ánimos, pero apenas con los segundos de piano de la introducción, seguido del aullido que enmudeció los oídos, el gigante nos atrapo de nuevo, pasando de la garganta al estomago. Allí golpeados de un lado al otro, pero con la rabia en la boca, vociferamos cedido el micrófono: “Nothing, just nothing – Nothing will wipe this heart out…” y luego el estribillo: “We are the final resistance…“, sí, resistiendo el agotador acto de permanecer en órbita. Valía la pena, pues el final se acercaba y aunque extenuada la atmosfera, nadie quería abandonar la oscilación más fiel en vivo del presente año. Profane Believers y Trespassing the Shores of Your World otro argumento de un acople bien montado, despliegue guitarrero bajo el punch contundente de Matthias. Sobre los pocos entremeses, salía humo del vestido negro del conglomerado, ardor de gesta, honor al nombre. 

Dentro, yacían los cuerpos sacudidos pero felices de recibir impactos incesantes una y otra vez, directos al corazón. Inmortales para la mente futura, para los recuerdos de estar pisando la tierra pero haber llegado al cielo, debido a los  nutridos sonidos del rock. Minutos antes el contacto de manos (también durante el show), artista-seguidor, sellaba la reverencia mutua de recorrer un tren inverosímil de puertas para afuera, pero verídico para quienes ardieron sin esperar el mañana.

 

 

El plato fuerte de la noche estaba a punto de servirse, aunque en realidad después de ver a Heaven Shall Burn ¿?. Con ingeniero propio, el local, entregaba el mando de la consola, y en tarima los rodies de la banda ya pulsaban los instrumentos, estábamos de nuevo ante otro prueba de sonido, ahora para As I Lay Dying. La espera fue menor, 4 minutos antes de las 8 de la noche, el representante norteamericano decía presente por medio de 94 Hours, la garganta ruda de Tim soplaba ahora a su ritmo, aunque un poco menos potente de lo acostumbrado. Con fallas de sonido pero las ganas y actitud de la agrupación al tope, intentaron sortear una y otra vez el suceso, respondiendo a un público tolerante y respetuoso, inmiscuido ahora en sacudirse en temas del alma como An Ocean Betweens Us, o Forever. La banda un tanto desconcertada acudía a su ingeniero pidiendo revisar una y otra vez, incómodos pero conscientes de su potencial, sacaban de las entrañas ese poder otorgado por los dioses para amplificar. Evocando por tercera vez The Powerless Rise, en las vestiduras de Condemned una de las más fuertes y rápidas de la noche. Los solos de guitarra, de Nick fueron peleados, intentando salir del bache, punteaba con más ímpetu, aunque no logro sonar tan contundente, además de un malogrado pedal que por aquí explican, la razón del no reemplazo. Separation ese corte instrumental con el particular punteo de guitarra fue acompañado por un gran coro del público, recibiendo de nuevo a la banda, sabían de la presencia de la consiguiente Nothing Left, aclamada siempre, vitoreada en todos los shows. Confined acompañada en los coros por Alexander Dietz (HSB), fue el último sacudón de la noche, todos desde producción, promotores, logística, bandas, público, entregaban el último suspiro, para permanecer en esos espirales de propuestas nuevas del rock, que en una noche confluyeron.

 

De proposición humilde pero no austera, Heaven Shall Burn, rompió todos los formatos, sonando con tal violencia, que parecía superar sus discos en estudio. De principio a fin la contundencia de su andar en escena es algo digno de admirar y repetir. Demostró estar al nivel de cualquier agrupación de talla mundial, sin cortes planos y aburridos,  mejor robusta y enérgica. Realmente da gusto cimbrar con el aura que los rodea una vez rompen el silencio. Desde mi punto de vista, este show pasará a la historia como uno de los más contundentes presentados en Bogotá, incluso pelea con argumentos como uno de los mejores de 2011. No cabe duda que cuantas veces se presenten, las mismas valdrá la pena arder con ellos, y porque no en un escenario más grande. As I Lay Dying, si bien no tuvo fortuna con el sonido, lograron sacar en medio de todo una aceptable presentación, derrocharon ganas, contagiadas en la gente. No se puede negar la técnica de las guitarras y esa fuerza en la voz de Lambesis. Ganas de más ¡claro!, de ambas agrupaciones, la primera de revivir y superar lo visto. La otra de poder  encontrar ese punto óptimo del como suenan al vivo

.

 

 

El punto negativo, la falta de prueba de sonido mucho antes, con todo el respeto del caso, se vio la falta de profesionalismo por parte de las dos bandas, aquí no tiene nada que ver la producción del evento. Vale la pena también resaltar que los alemanes no tenían ingeniero de sonido, dejaron todo a cargo de la producción local, y ellos mismo chequearon sus instrumentos. Sin juzgar a nadie, pero  la misma producción fue para los norteamericanos, excepto que ellos venían con su propio personal. En el evento oficial hay varias razones al respecto, todas validas. Cada uno puede sacar su conclusión, la mía es que fue un buen concierto, con una banda que supero los limites y colmo expectativas y otra en deuda. Fui a ver la segunda y termine encantado con la primera. Las cosas estupendas del rock, seguir aprendiendo y maravillándose, sin caer en rutinas.

 

Permanezcan rockosos 

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Me llamo Miguel Ángel Martínez nací en Bogotá a mediados de los años setenta , mis pasiones son el fútbol, el rock y las letras. De profesiones varias no todas tituladas. La pasión por la música rock surgió a eso de los once o doce años gracias a mi hermana, quien escuchaba por ese entonces 88.9 emisora de rock y pop y a un disco de los Guns N' Roses que llego a mis manos, a partir de aquel momento no he podido desprenderme de ese manto confortable que poseen sus melodías. Siempre he tenido inquietudes sobre el género y hasta hoy sigo explorando sus tendencias intentando no perderme de nada y por encima de todo, aprendiendo pues el camino del Rock And Roll es infinito.

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